Los nuevos centralismos autonómicos: la infamia de Camarillas

El Estado autonómico nos ha traído, además de la ruptura sentimental entre españoles, un beneficio principal: que hayamos probado en propia «carne de provincias» los nuevos centralismos regionales que sustituyeron a Madrid. Seguramente, todo lo que nos pasa es que nunca hemos tenido un Estado (en mi libro «La tarima vacía» incluyo un capítulo llamado «España, nación sin Estado», y perdón por la autocita), y que antes de culminarlo (después de un siglo de guerras carlistas que nos lo impidieron) decidimos volver a disgregarlo. Pero, encima, no del todo, ‘o sigui’, volvamos a la anarquía, las tribus o el feudalismo, a elegir, sino sustituyendo al incompleto centralismo por diecisiete nuevos centralismos, que las burguesías y el caciquismo provincianos de las capitalitas han sabido aprovechar poniendo todos los territorios que les entregaron al servicio de su propia prosperidad.

Por eso España se está despoblando, mientras las capitales regionales multiplican su población. Y también por eso, hemos asistido a las uniformizaciones internas que justificaran a los nuevos poderes. Y hemos visto a los almerienses celebrarse bailando sevillanas e ignorando su verdadero folclor. Y a los vascos alfabetizándose en una lengua de laboratorio, el batúa, que nunca hablaron. Y a los gallegos falando ‘galego da Xunta’. Y a Aragón convertido en Zaragón. Y a los catalanes, pues ya los vemos, los industriosos señoritos reconvertidos en una panda de palurdos alrededor de un porrón y un lazo. Y a las Castillas, viviendo todos en Madrid y Valladolid. Pero recorran la hermosísima Castilla en invierno.

Y también por eso en la Región de Murcia, a la que se le puso ese nombre para intentar que la confusión entre el nombre de la capital y el resto no terminara por engullir a ese resto, el municipio de Murcia ha más que duplicado su población, mientras en el interior hemos visto vaciarse nuestros campos y aldeas, sin que ello repercutiera siquiera en las cabeceras municipales.

Y ahora nos acaban de rematar eliminando -con un nuevo trazado- la estación de tren de Calasparra, que daba servicio a más de seis o siete mil kilómetros cuadrados de territorios cuya única esperanza ya era el puñetero turismo rural. Y todo para ganar ellos, Cartagena y Murcia, y sus oligarquías de casino, ¡15 minutos!

Y ahora espero que comprendan mejor mi columna de hoy en La Opinión de Murcia. Pasen y lean:

«Se cumplió la infamia. La Santa Alianza oligárquica de Cartamurcia, empresarios, sindicatos, periodistas y todos los partidos políticos celebraban ayer el cierre definitivo de la Estación de Calasparra, y, con ello, el fin de la comunicación ferroviaria para la mal llamada comarca del Noroeste y para todas las gentes de los territorios aledaños de las provincias de Albacete, Jaén, Almería y Granada con las que compartimos nuestra forma de ser y cantar y nuestra desgracia.

Ha sido una muerte lenta, treinta años anunciada, que fue eliminando hoy un tren, mañana no para el otro, hasta que ya no volverá a parar ninguno. Y así las zonas más pobres de las cinco provincias, las que durante 156 años tuvieron en Calasparra su puente de salida a Madrid y al mundo, ven culminar con este descabello su aislamiento definitivo y su segura despoblación y muerte.

Este fue siempre, sin duda, el plan: que todo pasara por Murcia. Nuestro destino era el de ser un parque temático para que los murcianos vayan a ver la nieve y ponerla sobre sus parabrisas. Que los turistas duerman en Murcia y vayan a Caravaca a besar la Cruz y a Calasparra a besar el arroz. Y esto lo han demandado, planificado y consumado los mismos que se quejaron de que se les quitara el tren con Andalucía, de que nunca les llegara el AVE, de que todo se iba por Alicante, de que no tenían aeropuerto, de que Madrid los olvidaba. Los mismos que en cuanto han tenido ocasión nos han ignorado, olvidado y despreciado por ¡15 minutos! menos en su trayecto a Madrid.

Y eso ha sido lo peor. El desprecio. El cinismo y la desvergüenza con la que han usado el eufemismo ‘variante de Camarillas’ para ocultar su permanente ataque contra el apeadero de Calasparra sin ni siquiera nombrarnos, sin preguntarse jamás si había otra solución. Estos últimos días hemos tenido que leer que se trataba de una ‘deuda histórica’ con los murcianos. O que «los trenes comenzarán a circular por una de las infraestructuras más demandadas por los murcianos desde el siglo pasado». Así que o somos tontos del haba, y nos hemos pasado siglo y medio reclamando nuestro infortunio, o no somos murcianos ‘desde el siglo pasado’, si es que lo fuimos alguna vez.

Esta es ‘la Región que nos merecemos’, que publicita el ejecutor final, el delegado socialista Conesa. Se dan codazos electorales por apuntarse el atropello de que nos han hecho objeto. El presidente López Miras nos incluye en la felicidad del ‘millón y medio de murcianos’ que se van a beneficiar de este gran momento de las infraestructuras, como afirma el ninistro Ábalos (ha quedado bien esto del NiNistro), las cuales sirven, en palabras del alcalde de Murcia, «para la cohesión territorial, porque las infraestructuras (€) cosen territorialmente a España». Aunque, para nosotros, ni un zurcido.

En fin, qué palabras tan bonitas, qué unidad de propósito. La derecha, el centro, la izquierda y la extrema izquierda, todos juntos para darnos por saco. Con perdón de la mesa. Hemos propiciado la unidad murcigénica. La derecha, cuyo lema es ‘el tiempo es oro’, ha trabajado con denuedo para que la CROEM (el empresariado) llegue a Madrid con tiempo de tomarse un café. Mientras, las izquierdas, plagiarias o chavistas, los defensores de los humildes, presentaban como logro propio nuestra puntilla o permanecían Calladicas y Unidas como puertas. ¡Qué muestras de solidaridad, qué manifestaciones en la Gran Vía, qué llamadas a las orquestas para defender las tierras olvidadas!

Por último, mención especial para nuestros cobardes alcaldes y políticos locales, deudores de sus señoritos de Murcia, que han permanecido como estatuas de sal mientras se nos condenaba al aislamiento.

Hace casi cincuenta años, en 1973, mi amigo José María Corbalán, desaparecido en 1979, escribía su Canto al irónico robo del tren de Caravaca, incluido en su libro Los años borrachos. Entonces el franquismo nos dejaba sin el tren a Murcia y sólo un muchacho de dieciséis años se atrevía a protestar. Ahora es la democracia ‘loboautonomizada’ la que escribe su Segundo canto al irónico robo del tren de Caravaca. Pero ya nadie protesta.

Y ¡ah!, que se me olvidaba: después de esto, podéis meteros la Región por donde sabéis. Si es que sabéis».

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