El 15-M de Nicolás Maduro

Fui a la Puerta del Sol a ver el 15-M. Ningún lugar de nombre más hermoso para lo que se suponía un renacimiento, una nueva Transición, tan ilusionada, democrática y limpia como fue, al menos para nuestra juventud, aquella de los años 70, cuando aún creíamos que las revoluciones se hacían para traer la libertad y no para sostener tiranos y alimentar nuevas burocracias.

Parecía, en efecto, que en cualquier momento podían sonar de nuevo King Crimson, Pink Floyd o Crosby, Still&Nash. Que se venía a acabar con las caducas y corrompidas estructuras de un régimen agotado y hundido en el lodo de su indecencia y, sobre todo, de su mediocridad. A decir basta también a los chantajes nacionalistas, a los nuevos caciquismos regionales, a los neofascismos separatistas. A denunciar los privilegios forales como uno de los restos más reaccionarios que quedaban aún vigentes en una España lastrada por la falta de coraje y patriotismo de los partidos mayoritarios. A reclamar que cualquier español pudiera tener asistencia sanitaria en cualquier lugar de España. A recuperar una enseñanza miserable y disgregada, utilizada para adoctrinar y no para emancipar. A abrir las puertas de nuevo a la libertad y la igualdad que se nos habían quedado aplastadas por los viejos partidos y las partidas de pícaros que se habían ido apoderando de ellos.

Pero, ay, fue otra partida de pícaros la que se terminó haciendo con el 15-M, un grupo de mediocres profesores de extrema izquierda, practicantes y producto del enchufismo más descarado, y de oportunistas del ‘activismo’ (esto me da siempre mucha risa: “Usted, ¿a qué se dedica? Yo soy activista”. Le ‘copón’, bien sûr) que, lógicamente, ‘okuparon’, otra de las profesiones favoritas de sus miembros y votantes, lo que habría sido un movimiento imprescindible para España.

Para empezar, estas criaturas no tenían nada que ver con la izquierda de aquella Transición. Con el PCE, por ejemplo, que era entonces, sobre todo, el partido que mantenía el mensaje de emancipación, que decía haber renunciado a cualquier adhesión al viejo comunismo totalitario y asesino, y que utilizaba la bandera de España, la bandera de todos, sin complejos ni melindres.

Así fue mientras estuvieron Iglesias (el bueno, Gerardo) y Anguita, que veía ángeles al amanecer, pero que era un español honrado a carta cabal. Luego vendría el ‘Llamadrazo‘, esa conjunción lacrimógena de Llamazares y Madrazo que, sin embargo, comparados con los de ahora, parecían genios de la física de partículas.

Y así, degenerando, hemos llegado a lo de ahora: el grupito de usurpadores que ya se han purgado entre ellos por el poder, y que han convertido la regeneración que decían traer en un ascenso a los sillones públicos, donde sus culos son lo primero; y donde no producen más que ocurrencias, sí, pero con una idea vertebral: el apoyo a los fascismos territoriales, con los que quieren consolidar su asalto definitivo al poder; y el recorte de la libertad de costumbres, prohibiendo sin cesar, de los Toros a la comida o el vino, de la poesía a la pintura, de las canciones a los centros culturales que no hagan ellos, como le ha pasado a Banderas, del uso de mulos en las carretas de las romerías al circo en los pueblos en fiestas; y hasta que hombres y mujeres nos miremos o hagamos gala de cosas tan nobles como la cortesía.

Son los nuevos puritanos. Feminazis subvencionados por Irán, donde también prohíben el sexo y el deseo. Quieren imponernos cómo vivir, cómo comer, cómo desplazarnos, cómo sentir, lo cual no es más que la antesala de la verdadera imposición: la del poder sin oposición que terminarán por implantar para nuestro bien. Como en Venezuela. Como Maduro.

Ya son 45 las víctimas del régimen falsamente bolivariano sólo en las últimas semanas. Maduro arma y suelta a sus reatas rabiosas para que acaben a tiros con las manifestaciones de un pueblo que se muere de hambre y de ignominia. Cómo estarán para seguir saliendo a las calles.

Y cómo es posible que un grupo de aprovechados, que fueron inspiradores largamente pagados y cómplices ideológicos y prácticos de esta basura criminal, a la que siguen apoyando, hayan podido hacerse con el control de aquella esperanza que pudo ser el 15-M. Acaso porque ya no éramos los mismos, porque entonces, en el 75, buscábamos la libertad, y ahora sólo, dedichadamente, una nueva dictadura. Eso sí, políticamente correcta.

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