Rajoy y el dinosaurio (II)

Así decía mi anterior post: «Cuando despertó, Cataluña ya no estaba allí». Era un homenaje a Monterroso, cuyo cuento («Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí») es inagotable. Hay que descubrirse ante el formidable relato del guatemalteco, capaz de haber conseguido la universalidad y el reconocimiento literario para su autor con tan escasos recursos: 43 letras. Monterroso ha fundado hasta un género. Ha producido glosas y debates sin fin. A los columnistas nos ha socorrido tantas veces que, seguramente, sea una de las referencias salvadoras de la escritura urgente.

Y siempre por lo que mejor define a la literatura verdadera: su capacidad de sugerencia, lo que en un mundo ya desaparecido se llamaba la “función poética”, la condición agitadora de sentimientos, ideas y situaciones, hasta despertar la imaginación más dormida. Esa que al final siempre descubre que los únicos que no habíamos visto al dinosaurio, éramos nosotros.

Como le ha ocurrido o le ocurrirá, el día que despierte, al dormido Gobierno de España, o de la España dormida, conforme se acerquen las fechas del anunciado referéndum de independencia de Cataluña.

La pregunta es, pues, si, cuando despierte el Gobierno, Cataluña estará todavía allí o ya se habrá marchado. Es más, la pregunta verdaderamente apasionante es si el Gobierno despertará algún día. De momento dice que está negociando con el dinosaurio. Y el dinosaurio, a lo suyo: construir un estado catalán sobre el que ya tienen. Y sin engañar a nadie.

Los separatistas llevan anunciando la redacción y puesta en marcha de las llamadas leyes de desconexión desde hace años. Han diseñado unas nuevas Hacienda, estructura territorial, política exterior, educación y hasta un ejército. Y una Nova Història, muy divertida, por cierto. Y todo lo han hecho a la luz. Eso sí, en catalán, que parece que con eso se puede mirar para otro lado.

Incluso convocaron un referéndum de cartón, sí, pero lo hicieron. Presionaron a los funcionarios, desacataron un pronunciamiento del Tribunal Constitucional y gastaron fondos para fines ilegales, mientras el Gobierno tranquilo permanecía en su siesta prudentísima.

Supongo que ese día, los niños malcriados del nacionalismo comprobaron que, como siempre, se les iba a consentir todo. Y comenzaron una larga noche de los cristales rotos: los de la descalificación de todos los que en la propia Cataluña no se sumaran al “proceso”, en primer lugar, porque son los que directamente están sufriendo el facherío nacionalista, mayoritariamente de izquierdas para escándalo de inadvertidos; y, en segundo lugar, los de España y su imagen en el mundo, esa que hoy pintan como una nación inculta y antidemocrática, que se niega a que los niños voten si quieren saquear el cuarto de papá y la vajilla de casa.

Y lo mejor es que lo hacen y lo pagan con los fondos que los señores Montoro –ese que iba a vigilar el destino de los dineros que se entregaran a las comunidades- y Rajoy les envían puntualmente cada mes, para que nos insulten y denigren ante los ojos del mundo.

Creyeron que dejándolos hacer se calmarían, y lo que hicieron, como siempre que se cede ante el totalitarismo, como Chamberlain ante Hitler, como Roosevelt ante Stalin, no fue otra cosa que azuzar a la fiera. Hoy hasta mandan, para humillar a las Cortes, y en ellas a España, a un hindú listo que ha probado ya los inmensos beneficios que supone convertirse al independentismo, a cambio de prestarse a alguna charlotada que muestre la ‘condición acogedora’ de Cataluña. La misma que, en Barcelona, utiliza hasta el tagalo para anunciar sus convocatorias, pero no el español. Y eso no lo hace el nacionalismo ladrón de la derecha, sino la izquierda separatista de Ada Colau, Podemos, el PSC y el resto de sicarios.

Al final son tan cobardes que se achantarán. Siempre lo hicieron así. En cuanto se pone en peligro su modo privilegiado de vida, la ‘pela’, y atisban cárcel, dan marcha atrás. Lo hemos visto ya en el vergonzoso espectáculo de Mas, el héroe, echando la culpa a “los voluntarios”.

Los inhabilitarán un poquito y quizás cuatro cretinos con cresta irán a visitar el trullo. Los regarán de ‘pasta’, se nos condonará parte de la deuda a todos, para que nos callemos, se les arreglarán las cercanías, les harán el corredor ferroviario por allí, para que sigan teniéndonos bien cogidos, y se les garantizará que a partir de ahora van a pagar lo que quieran, en función de ese principio absolutamente reaccionario, que la izquierda española defiende, y que se llama ordinalidad: que el orden permanezca y perdure, que los territorios ricos lo sean para siempre.

Et rien ne va plus. Convocarán nuevas elecciones, las perderá el independentismo, en conjunto, pero las ganará la Esquerra, para que el Gobierno pueda seguir dormido.

Y entonces, algunos años después, cuando ya tres cuartas partes de los catalanes hayan sido educados en el odio a España, el que despertará será el dinosaurio. O acaso ya no haga ni falta: para entonces estará demasiado lejos.

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