Rajoy y los niños mafiosos

En medio del sopor, me encontré de pronto en el Senado, en una de esas sesiones que llaman de control al Gobierno. Iba a cambiar de pantalla cuando me di cuenta de que me había caído en lo mejor, en el solomillo de los debates, en lo más entretenido que se nos ofrece en ‘estepaís’: las intervenciones de los nacionalistas, esos niños consentidos que siempre están acusando a papá de no haberles comprado algo.

Intervenía nada menos que el representante de la burguesía catalana -el partido de Pujol rebautizado, eso que antes era, para la ziquierda (que no es lo mismo que la izquierda), la derecha reaccionaria y ahora es el progresismo independentista, compañero en el viaje-, un tal Josep Lluís Cleríes (i González), o sea, que hizo, con el cinismo que les caracteriza, un auténtico despliegue de agravios, de las invenciones, manipulaciones y falsedades esgrimidos por el nacionalismo de la región más favorecida por el Estado desde la Constitución del 12, vascos aparte.

Era un momento extraordinario, dada la exhaustiva exposición de Cleríes, para desmontar punto por punto el argumentario separatista. ¿Qué hizo el gran Tancredo de la era post-cristiana? Lo de siempre: sacar el Fondo de Liquidez Autónomica, el pastón que se ha llevado Cataluña y decir que la ley no le permite hacer otra cosa. Sólo le faltó argüir que él es muy bueno y Soraya, más.

No desmontó sus falsarios datos, ni les dijo, a propósito del ‘Estatut’, que quien les engañó fue ZP, y que si lo recurrieron fue porque se trataba de un proyecto, más que inconstitucional -porque las leyes, en efecto, pueden cambiarse-, absolutamente ventajista, que creaba una nación nueva, que imponía como obligatoria y única la lengua catalana (que, de facto, ya lo es), que subordinaba a los intereses catalanes a todo el resto de los españoles y que establecía una relación por la que la Generalidad podía intervenir en las cuestiones generales, pero también vetar, a su capricho, cualquier actuación del Estado en Cataluña. Lo que allí se sancionaba era una España colonialmente sometida a Cataluña, un mercado cautivo sin otros lazos que los meramente formales de la Corona. No sólo era confederal, sino de un confederalismo desigual. Una novedosa aportación, sin duda, del gran Zapatero (¡y están volviendo a pasearlo!) a la ciencia política.

Y para que se entienda: la misma relación entre Cataluña y el resto, que entre el PSC y el PSOE, y que hasta los socialistas admiten ya, aunque no se atreven a romperla, que resulta inaceptable. Además de la vergüenza que supone escuchar a quien intervino después, Montilla (ese antecedente de Rufián), nacido y criado en Iznájar, en las Sierras Béticas, provincia de Córdoba, diciendo ‘actitut’ y ‘verdat’, cuando hasta yo hablo catalán mejor que él. Es la encarnación del trepa asimilado, al servicio de los señoritos y en nombre del socialismo español, y de quien nunca olvidaremos que encabezó las primeras manifestaciones que condujeron al estallido independentista. Cada vez que alguien del PSC habla, y si es Montilla, más, el PSOE pierde un millón de votos. A este le contestó Soraya, pero esquivó decirle lo que se merece. Ah, el diálogo.

Así pues, sintiéndolo mucho, lo más sensato que ha hecho el PP en la última década fue, precisamente, recurrir el ‘Estatut’. Y lo hicieron no sólo ellos, sino hasta el Defensor del Pueblo de entonces, un socialista cabal como Enrique Múgica. Pero ahora la estrategia es ceder más: no sólo la pasta, ya hasta la razón.

Y eso es lo que no entiende, en modo alguno, el PP de Rajoy: que no sólo de pan vive el hombre, que no sólo la economía importa, que también están la dignidad, la justicia, el sentirse en igualdad con el resto de tus conciudadanos, el no ceder al chantaje de los niños mafiosos. Que es indecente, por demás, y si hablamos de economía, que los ricos pretendan blindar su riqueza (lo llaman el principio de ordinalidad) y encima acusen de parásitos a aquellas regiones que les enviaron durante un siglo a sus hijos para que les trabajaran las fábricas y les limpiaran las calles. Y que eso tiene que decírselo alguien a estos embusteros secesionistas que, al final, sólo persiguen imponer la tiranía de media Cataluña sobre la otra media.

En resumen, lo que Rajoy no les dijo, de una vez, es que no se les van consentir sus desvaríos, no porque lo diga la ley, ni porque lo prohíba la Constitución, sino porque no tienen de su parte ni la verdad ni la razón.

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