Los afines

Ayer mismo todavía podía escucharse a un destacado dirigente socialista, y de los llamados críticos, reiterar el que ha sido el lema de Sánchez desde las pasadas elecciones de junio hasta su caída: el PP tiene que buscar el pacto con sus afines y no con nosotros. Durante todo el verano anduve preguntándome si es que estos payos habían perdido por completo el sentido de la realidad, si ignoraban en qué partido estaban, o si, ciertamente, eran capaces de simular hasta la náusea que son lo que no son, rasgo general de quienes se afanan por el poder político desde, al menos, los australopitecos. Con los afines al PP se referían a los llamados nacionalistas de derechas vascos y catalanes. Y digo llamados porque los nacionalistas son todos de extrema derecha, empezando por ERC, la CUP y Bildu-Batasuna, y acabando en el PNV y Convergencia.

Recordemos que la extrema derecha en Europa fue siempre la xenofobia, el racismo, el odio al otro, que en España, en las regiones entregadas a esta infamia, es el forastero, el español, el charnego, el maqueto, y hasta el churro, que es como llamaban –no sé si sigue siendo así- en Valencia a los valencianos que no hablan valenciano, los castellanos de Requena y Utiel.

Mi estupefacción, ya muy relativa, sobre todo tras este año en que todos hemos perdido la poca inocencia que pudiera quedarnos, provenía de la constatación de un hecho: el partido que más ha pactado con los nacionalistas, que ha incluso gobernado con ellos, que ha pactado reformas de estatutos y, por supuesto, la llamada paz con la ETA, ha sido el PSOE. Quienes han gobernado con el PNV han sido ellos. Quienes compartieron un tripartito sectario hasta la hez con ERC y la IU catalana fueron ellos, el gobierno, por cierto, que comenzó a aplicar las multas por no rotular en catalán que ni siquiera Pujol se había atrevido a llevar a cabo. Quien, al fin, hace unos días gritaba desesperado en el parlamento catalán pidiendo ayuda a los nacional-golpistas para hacer a Sánchez presidente del Gobierno era Iceta, su hombre en la tierra del gran Josep Pla, que, si está viendo el espectáculo desde algún cielo catalán (debe ser terrible para los católicos nacionalistas pensar que en la otra vida van a tener que mezclarse otra vez con españoles), habrá pedido sin duda marcharse al cielo de París. O al de Madrid, como han hecho ya tantos catalanes durante estos últimos años.

Nunca entendí (bueno sí, pero la retórica tiene sus leyes) que Sánchez se negara desde el primer momento a formar un gobierno de coalición con Rajoy y Rivera. Lo terrible era pensar que no fueran esos sus afines, con los que comparten, precisamente, lo que dicen que no comparten: el modelo económico y social, que es, en lo básico, y para los tres, la socialdemocracia, con más menos matices, y la continuidad de España. ¿O no?

Y que sí fueran sus afines quienes pedían salir del euro, entrar en el pacto de los bolivarianos, prohibirnos los toros, inundar de bicicletas España y dejarnos sin procesiones. Que para otra cosa no dan. O aquellos otros, mucho peores, que se pasaban la ley por sus partes, nos habían llamado ladrones y habían hecho de la independencia un salvavidas para un régimen corrupto hasta un extremo que dejaba a la Gürtel, y hasta a los ‘Eres’, en un chiste.

El PSOE perdió la cabeza desde que apareció Podemos y colocó en su cúspide a un hombre sin talento. Lo que había sido una gran maquinaria de poder cayó en la histeria cuando se dio cuenta de que, sin duda, nunca volvería a él en solitario. Eso es lo que no aceptan. Pero cuando lo acepten, tendrán que preguntarse, en efecto, quiénes son sus afines. Todo lo que hoy les pasa es eso: que no lo saben o no quieren saberlo.

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