¿Cuándo se jodió el PSOE?

Alguien va a tener que exiliarse de España. O los españoles o su clase política. De lo contrario, la más vieja nación de Europa desaparecerá, al fin, y a pesar del dictamen de Bismarck, muerta de risa y de vergüenza ante el gigantesco esperpento que venimos viviendo desde hace años y que estos días ha alcanzado su cima. Al PSOE se lo cargó Zapatero y lo ha venido a enterrar Sánchez. Diré más: el socialismo español se empezó a joder, en fórmula genial de Vargas Llosa, el día en que se dejó absorber por el PSC en Cataluña, y se jodió del todo cuando Zapatero convirtió al centenario, español y socialdemócrata PSOE en un partido de progres nacionalistas.

Y más exactamente, en una confederación de partidos nacionalistas, tan inmanejable ya como la propia España, de la que, en efecto, son fiel reflejo, en estas tristes horas en que Cataluña proclama ya la independencia y la derecha ni sabe ni contesta.


Pero lo que debería ocupar nuestros caletres no es sólo el PSOE, ni Sánchez, el Felipito Tacatún definitivo de una clase política aferrada a los cargos y los sillones hasta haber llegado a este espectáculo final. Ya conocíamos algo que se ha hecho durante este año ya no metáfora, sino realidad: no les interesa más que el poder, su futuro personal es su única patria.

La pregunta, creo, que debemos hacernos es otra: ¿cómo fue posible que Zapatero y Sánchez llegaran a la cúspide del partido de Indalecio Prieto, de Besteiro, de Nicolás Redondo Urbieta, de su hijo Redondo Terreros, de Pablo Castellano, de Boyer y Solchaga, de Leguina, de Guerra, de González?

Más allá del juicio que nos merezcan, eran gente de talento. Ir de aquellos a éstos de ahora nos sumerge en una secuencia melancólica, una suerte de ejemplo palmario de la decadencia de Occidente, de la de verdad, y sobre todo de la de España. Lo que debiera preocuparnos seriamente es qué país antimeritocrático hemos construido, atravesado de incompetentes, el dechado de necios ignorantes que nos encontramos cada día en nuestras fuerzas políticas, en nuestras instituciones educativas, hasta en nuestras empresas, al punto de que al final incluso las ruinas empresariales las pagamos entre todos. Hemos edificado una sociedad sin mérito y, por tanto, sin responsabilidad.

He conocido altos funcionarios de los partidos que no sabían construir una frase completa. Y no hablemos ya de eso que llaman segundos o terceros escalones. Frase estupenda, por cierto, porque de lo único que saben es de subir escalones. España ha apadrinado a una especie de iletrados, simples listillos cuyo único mérito ha consistido en comportarse como lacayos fieles de los que mandan, felpudos de cacique partidario que han suplido con la adulación y el servilismo su ausencia de talento y de cultura. Gentes que cuando suben se explayan en humillar a los que creen tener debajo, como ellos se humillaron. No creo ni que lo hagan con mala intención: son unos hijos de sus propias trayectorias: creen que todos son y deben ser como ellos. Y la mentira, la falsedad, la doblez, la inmoralidad al servicio de sus intereses, han sido y son su líquido elemento.

Sánchez no es más que el penúltimo de los mentirosos que nos han estallado. Pero no se preocupen: nos quedan muchos más.

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