La democracia bajo sospecha

Del escándalo al hastío. Ese ha sido el cambio sentimental a que nos ha llevado la incesante riada de casos de indecencia en que estamos sumidos desde hace años. El riesgo que corremos, anegados de hartazón ante el espectáculo de la desvergüenza, es doble: en primer lugar, que abandonemos, que nos dejemos llevar por esa ‘cansera’ infinita que ya produce despertarse cada día con una nueva vileza, con la evidencia de que una panoplia de rufianes se ha ido enseñoreando de nuestro país, hasta hacernos creer que ya no hay más que inmorales; y, en segundo, que creamos que esto es una consecuencia de la democracia.

Por eso hay que recordar también dos cosas. La primera que la corrupción ha existido siempre, porque hay que tener unos principios muy sólidos (hoy todo es líquido y relativo, y no olvidemos lo que cada uno hemos contribuido a que así sea) para ser indiferente al dinero que pasa por tus manos. Si a eso unimos la falta de ejemplaridad y la impunidad que creyeron eterna, entenderemos cómo se ha extendido lo que empezó como recaudación para los partidos, y terminó por convertir a los partidos en auténticas organizaciones mafiosas.

La corrupción se hizo sistema el día en que Alonso Puerta fue expulsado del PSOE por denunciar la financiación ilegal con la contrata de basuras del Ayuntamiento de Madrid. Profético que fueran las basuras su comienzo. Aquello desembocó en Roldán llevándose el dinero de los huérfanos de la Guardia Civil. Y en nuestra ingenuidad creímos que la podredumbre se limitaba al PSOE (el poder, etc.). Lo que hoy sabemos es que de la financiación ilegal de los partidos y la mutua promoción de los corruptos, con el acompañamiento de la bellaquería de nuestras élites financieras, intelectuales, universitarias o artísticas, salió la cochinera general en que ha terminado España, donde ya hasta algunos empleados de las empresas cobran para agilizar el pago de las facturas.

Y la segunda cosa que no debemos olvidar, antes de que nos caiga un Berlusconi o un Podemos, es que si lo sabemos es gracias a la democracia. Es decir, que el Estado democrático funciona y que aún hay mucha gente digna que garantiza que seguramente no pagarán todos, pero muchos sí. En Venezuela y en Cuba es donde los del Régimen no van a la cárcel ni salen publicados. Al contrario: los que van a la cárcel son los hombres y las mujeres honrados que denuncian aquellas tiranías.

Lo que hay que exigirle a la Justicia, la clave del sistema y su equilibrio, es celeridad, pues su lentitud empieza a rozar también la indecencia y a ponerla igualmente bajo sospecha de parcialidad y de dependencia política. No hay una reforma más necesaria que la de la Justicia. La lentitud salva a los culpables y castiga a los inocentes. Y eso sí que no lo puede consentir una democracia. No puede ser que los ERE prescriban y que parezca que la sustitución de Alaya respondió a una decisión política. No puede ser que no se sepa nada de lo que se sabe todo, los cursos falsos de formación y la financiación de los sindicatos. No puede ser que los responsables de la Gürtel anden por ahí sueltos todavía y que no hayamos vuelto a oír nada de Bárcenas. Es inconcebible que los Pujol no hayan sido ni arrestados. O que la red de clientelismo nacionalista del País Vasco no esté siquiera cuestionada: la impunidad de esta gente es digna de estudio. Y si se nos cae la Justicia, será el fin.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído