La Guerra Civil virtual

Hasta ahora no había captado en su plenitud las grandes virtudes que atesoran las redes sociales. No entendía qué podía haber de interesante en escribir sandeces de 140 caracteres o en exponer tu vida a la mirada ajena conforme la vas consumiendo. Una pérdida del escaso tiempo que Dios nos da y una ficción mucho menos verdadera que la literatura misma, un fingimiento de felicidad permanente y el soporte para la creación de un personaje –el perfil- falso en todo, salvo en el narcisismo desmedido que lo nutre. Pero también suponían una democratización de la vanagloria, y en ese sentido han logrado la extensión de un derecho: el derecho a la vanidad, a la estupidez, que hoy ejercemos todos.

Sin embargo, debo reconocer mi error: las redes sociales han conseguido estos últimos días mostrar su extraordinaria utilidad y su condición balsámica y salvadora. ¿Qué habría sido de España si todos los políticos de la nueva izquierda, hijos de Zapatero, el Resucitador de las Dos Españas, que venían a refrescar la democracia, no hubieran podido mostrar sus verdaderas pulsiones de modo virtual?

En realidad, como hemos comprobado, ni eran nuevos, ni traían más refresco que la lejía, ni más combustible que la gasolina, ni más aroma que el de las duchas de gas. “Arderéis como en el 36”, gritaba la nueva portavoz del Ayuntamiento de Madrid, anunciando ese futuro de justicia y prosperidad que nos han prometido. Sus almas verdaderas (perdón por lo de ‘almas’) encierran una curiosa convergencia que les convierte en algo que pudo ser, tras el pacto Molotov-Ribbentrop, los ministros de Exteriores de Stalin y Hitler, pero que no cuajó al final: el bolchevismo nazi, lo mejor de cada casa, la convicción fanático-mesiánica del totalitarismo unida a los métodos criminales de acoso y ejecución de un adversario convertido en enemigo y en algo peor: despojado de su condición humana, acucarachado, eliminable sin el menor sentimiento de estar exterminando a tus semejantes. Esos repuestos de las niñas de Alcáser, esa nostalgia de kalashnikov y guillotina, ese mensaje a la periodista Ana Pastor amenazándola con las cunetas…

Gracias a Dios, en efecto, se combatieron entre ellos, porque la alianza militar entre nazis y bolcheviques habría hecho con las democracias lo que uno de estos nuevos concejales o diputados quería hacer con Toni Cantó: empalarlo. Y también gracias a Dios, y a la Red, que es su materialización omnipresente y omnisciente, la Guerra Civil que estamos viviendo no ha pasado de los llamados ‘tuits’ o de los muros de ‘feihbu’. Esperemos que nunca más haya otros muros.

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