Ciudadanos y la centrifugación nacional

Lo único que no puede hacer Ciudadanos es sumarse a la disgregación nacional a que nos ha llevado la actual oligarquía de partidos. A algunos de sus nuevos integrantes, que ayer no más decían eso de que Andalucía es Andalucía y Murcia (supongo que se referían a la Región de Murcia y no al Ayuntamiento de su capital) es Murcia, habrá que recordarles cómo y para qué nació Ciudadanos: precisamenteentre otras cosas, para que los reinos de Granada y Murcia no volvieran a tener las fronteras felizmente desaparecidas desde la toma de Granada.

Yo anduve por allí, en esas Barcelonas, por esos días, y coincidí en una cena con la mayoría de sus fundadores en el homenaje a Juan Ramón Lodares, el gran filólogo desaparecido para desdicha de España, y después he mantenido amistad y aprecio mutuo con Pepe Domingo (uno de los tres primeros parlamentarios de Ciudadanos); con Arcadi Espada, la cabeza de la que salió todo; con María Teresa Giménez Barbat, que luego se fue a UPyD tras algunos síntomas, digamos, de flaqueza ideológica;con Xavier Pericay, sabio y filólogo especialista en lengua catalana que desmiente con su sola presencia cualquier acusación de catalanofobia; y con Horacio Vázquez-Rial, tan añorado estos días en que su inteligencia y su sensatez más necesarias habrían sido. Por no hablar de otros resistentes como Marita Rodríguez y su marido Antoni, artífices de la Asociación por la Tolerancia; Carmen Leal o Antonio Robles, el tercero de los parlamentarios originales y que ha escrito libros esenciales para entender a qué nos enfrentamos. Y mucha más gente, entre ellos muchos socialistas hartos de la rendición al catalanismo de su partido. No aludo a todos ellos más que como argumento de autoridad, por supuesto, y no me represento más que a mí mismo. Pero esta es la impresión que obtuve entonces.

Ciudadanos surgió de aquel movimiento de resistencia para reconstituir la deshecha nación española sobre la base liberal que la alumbró doscientos años atrás, en Cádiz: la de la patria de ciudadanos libres e iguales. Es decir, iguales en todas partes, iguales ante la ley, sin discriminación de cuna regional, sexo, raza, religión o clase. Ciudadanos nació para ser un partido nacional, que es lo contrario de nacionalista, el nacionalismo siempre divide y excluye, es su razón de ser. Muy al contrario, un partido nacional viene para unir en un principio básico, esa igualdad que permite las diferencias personales o sentimentales, pero que nos une en la Ley que hace posible convivir.

Ciudadanos nacía, pues, como un partido nacional que aspiraba desde su origen mismo a suplir la estupidez traidora de unos y la cobardía tancreda de los otros. Esa fue su seña y su fuerza, precisamente porque nadie conoce mejor que un catalán o un vasco lo destructivo y miserable de la ideología más criminal del mundo: el nacionalismo en sus diversas formas, sea un integrismo de raza, de lengua, de religión o de ideología.

Sabemos que su posición es difícil, que los atacarán por todos los flancos, pero es ahí, como en la vida, donde los principios nos hacen fuertes o nos condenan. Si a las primeras de cambio, y nunca mejor dicho, Ciudadanos se nos aparece como otra fuerza grouchomarxista (si no le gustan mis exigencias, tengo otras, según la región), será su final. Y el de España.

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