Cristiano Ronaldo y el catalanismo

La reciente concesión del “Balón de oro” a Cristiano Ronaldo ha mostrado, una vez más, las verdaderas pulsiones del catalanismo. Se equivoca quien crea que la tabarra catalana que aguantamos desde hace ciento cincuenta años, en su versión moderna, es una cuestión política. En realidad, estamos ante una patología que debería ser estudiada por alguna ciencia de “fusión”, una suerte de socio-psiquiatría que resucitara, incluso, las teorías del bueno de don Carl Jung y su inconsciente etno-colectivo.

El origen patológico de esta pulsión es, como sabemos, el romanticismo alemán y su idea del ‘volkgeist’, el alma del pueblo, la noción que llevó hasta los nazis y su identificación entre esa alma inmortal y la raza aria. Y a una consecuencia: el sustento teórico del odio a lo que consideraban las razas inferiores que los habían dominado y desvirtuado en su pureza primigenia, como los judíos y los mestizos pueblos mediterráneos en general. El catalanismo (y hablo de esto y no de todos los catalanes, insistamos) también cree, desde sus inicios, en un ‘volkgeist’ catalán, un pueblo superior que, como el germánico, se vio reiteradamente frustrado por una historia injusta y unos vecinos miserables. La semana pasada, sin ir más lejos, Mas recibió a Roberto Maroni, el líder de la Liga Norte italiana, otros que tal, los aliados de Berlusconi y del neofascista MSI, los cuales también aspiran a liberarse de la escoria del Sur, il Mezzogiorno, esos pobretes, ilustrándonos definitivamente sobre quiénes son y han sido los modelos del separatismo catalán, incluyendo a las antiguas izquierdas de IU-ICV y el PSC-PSOE, en este viaje hacia la ‘libertad nazional’.

Esa frustración, que se alimenta de la reinvención de la Historia, es la verdadera razón de ser de todo lo que ha ocurrido en los últimos treinta años: el resentimiento acumulado, la envidia retroalimentada de un pueblo al que el catalanismo ha terminado por convencer de su superioridad natural. Por eso era y es frustrante ver cómo el Estado estaba en manos de esos palurdos ‘castellans’ (“Mamá, ¿con quién vamos a jugar hoy, si en el parque todos son ‘castellans’?, preguntaban inconsolables los hijos de Pujol en anécdota relatada, al parecer, por la propia Marta Ferrusola), incapaces de conservar incluso los últimos restos del imperio colonial que había servido a los comerciantes catalanes para medrar y enriquecerse; y, sobre todo, cómo ese pueblo inferior de atrasados hidalgos y agricultores había creado una civilización universal, en tanto ellos, industriosos y creativos, no habían pasado de inventar el pan con tomate que, encima, les habían contagiado los murcianos, los ‘mursianus’, los pijoapartes del sureste que habían constituido la primera gran oleada de sangre del sur pervertidora de su pureza occitana. Una gran historia sobre la ‘identidat’ la del ‘páambtomàquet’(tomate ‘restregao‘ en la tradición murciana) que hoy venden como propio.

La nostalgia del imperio medieval perdido (Cerdeña y Nápoles), y de su ‘destino manifiesto’, propia de todos los nacional-fascismos, se canalizó durante los últimos cien años en el F.C. Barcelona, su armada simbólica, la cual, tras un siglo de derrotas, iniciaba el siglo XXI con una hegemonía de un lustro, irónicamente rota sólo por dos portugueses y aplastada por la Wehrmacht alemana del Bayern de Múnich, que culminaba la humillación robándoles a Guardiola, su agit-prop de diseño. Sólo faltaba que en 2013 se les lesionara el nuevo mariscal mercenario, el Roger de Flor de la independencia, el argentino Messi, y que le dieran el “Balón de oro” al portugués ‘al servicio de Castilla’ Cristiano Ronaldo. Tenían que estallar. No bastaban sus cuatro trofeos seguidos. La envidia, como sabemos, no se sacia nunca, aunque hoy seas más rico que el vecino, siempre te envenenarás por lo que él tiene.

Y así, mientras en Madrid no se discutió demasiado sobre los laureles messianos (más allá sobre todo de lo que ocurrió en 2010 con Iniesta, un barcelonista al que el madridismo habría premiado sin dudarlo ese año, y que fue ninguneado en la propia Cataluña por castellano, ese baldón), el separatismo barcelonista ha sido ‘un clam’ contra Cristiano, buscando todo tipo de razones-embudo (las que no se aplican a ellos mismos cuando no les conviene) y convirtiendo esta anécdota de un premio futbolístico en metáfora del proceso independentista al completo: el complejo de superioridad-inferioridad, el victimismo, la tiña que se les sube a los ojos ante cualquier triunfo, aunque sea por delegación, de eso que llaman España: la sombra que siempre les impidió la gloria, la prisión imaginaria que no les dejó llegar a ser aquello a lo que estaban llamados, la Catalunya gran, la nación llamada a dominar el mundo con su salchichón de Vic.

Que antes era Vich.

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