Mourinho, el portugués que nunca entendió España

Por fin España ha conseguido echar a otro genio. Hemos vuelto a nuestro verdadero ser: la intolerancia más fanática hacia todo aquel que destaque, hacia el que, ignorante de las esencias patrias, se manifieste orgulloso de sus méritos, de su ascenso social a esfuerzo y pulso. Eso no lo consiente una prensa, especialmente la deportiva, integrada por filósofos de baja estofa, sectarios de la peor especie y tontos de capirote de todos los colores que no han cesado de acosar a Mourinho, y que encima se escandalizaban si se atrevía a contestarles. Ha sido un auténtico Auto de Fe de tres años. Lo han arrinconado, difamado, vapuleado buscando que les rindiera la pleitesía que no encontraron. Salvo tres o cuatro personas decentes, el corporativismo que todos los periodistas conocemos como una de las más graves taras de la profesión, ha funcionado al unísono cada vez que al portugués se le ocurría criticar un sistema tan podrido en lo deportivo como lo está en lo político. En España sólo es permitida la mediocridad, el fingimiento, la santurronería a la Guardiola, la sumisión hipócrita y melosa a la tiranía ideológica del momento. Que hoy es la santa gilipollez de la corrección política, incrementada en nuestro caso por los eternos complejos frente a los nacionalismos vasco y catalán, complejos de los que la actuación de Casillas, con sus llamadas pidiendo perdón por haberles plantado cara, ha sido una muestra ejemplar.

Los tontainas del señorío no han entendido, y así nos va en todo, que el odio a Mou no era otra cosa que el odio al Madrid y por los mismos motivos: el odio al excelente, al vencedor, el resentimiento histórico de unas regiones que se sueñan lo que nunca fueron y que han canalizado a través del fútbol sus frustraciones históricas. Mourinho estaba muerto desde su famoso “¿por qué?”, aquel que ponía en cuestión, con el fútbol como metáfora, el sometimiento al catalanismo de la España moderna desde la Restauración. Hasta ayer mismo hemos tenido que soportar que el fútbol consistía en el amaneramiento cansino de pasarse la ‘pilota’ hasta Badajoz para llegar a Alicante. Pero los que amamos el fútbol como espadas, los que, como el Madrid en casi todas sus épocas, creemos que hay que avanzar hacia la portería a la velocidad de un Caballo del Vino hemos de agradecerle a este portugués áspero, bronco y honrado que nos haya devuelto a los días de las galopadas de Gento o Roberto Carlos, al genio de Di Stéfano, Amancio o Raúl, a la casta de Pirri y Stielike, al talento inmenso de Puskas, Velázquez o Redondo. El Madrid de Mou, el Madrid de la liga 2011-2012, quedará como la máquina más veloz y fascinante que hayamos visto en muchos años. Sólo los hizo caer su propio vértigo, ese punto de temblor ante el penalti que la vida termina por cobrarnos siempre. Te echaremos de menos, José, esa entereza melancólica del Portugal que no quisimos ser.

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