Barça-Madrid: el separatismo catalán contra España

El Barça es más que un club porque cada vez que juega contra el Madrid castizo de los españoles del pueblo llano (aunque ellos pretendan hacerlo contra un Real Madrid que encarnaría la Nación institucional e histórica), lo hace contra España. Para derrotar y humillar a España, para cobrarse pequeñas revanchas contra su devenir de imperio frustrado, contra su fracaso para el Estado propio que nunca han alcanzado por su propia cobardía.

Y eso lo saben todos los catalanes, los nazionalistas y los que desde allí tienen que soportarlos. Y para los que una derrota barcelonista suele ser, paradójicamente, un descanso de la euforia hipócrita a que se lanzan sus paisanos hasta el siguiente episodio de pragmatismo, siempre consistente en gritar contra España mientras se la desangra comercialmente o se la somete a un nuevo episodio de chantaje.

Y todo eso es lo que también intentan ignorar, pero ya no pueden, los que llamaremos los catalinos, esa nueva especie de españoles fanáticos de todas las Castillas que han encontrado una vía de compensación de sus resentimientos personales alzándose contra sí mismos, y aplaudiendo y jaleando al catalanismo futbolístico que los desprecia más que a ninguna otra cosa. Ya se lo dijo Laporta a Fernández Vara con extrema claridad al llamarle imbécil por ser barcelonista sin ser catalán.

Este es el fenómeno más extraordinario de los últimos años -sólo semejante, y no por casualidad, al de los que lanzan loores a Z, al peor gobernante que hayamos tenido nunca, al que ha hundido a España en la miseria y el ridículo-, el de los españoles que ensalzan al que les muestra el culo y se caga en su himno, lo que les da a estos enfrentamientos Madrid-Barcelona el carácter de Guerra Civil metafórica y absurda que el separatismo ha impulsado desde Barcelona al atribuir a los seguidores madridistas la defensa de un supuesto fascismo connatural al alma castellana, cuando en verdad la extrema derecha -como ocurre en todos los países del mundo y lo acabamos de ver en Finlandia- va ligada a los nacionalismos xenófobos del tipo catalán. Sorprende ver que los partidos separatistas flamencos belgas, por ejemplo, sean considerados unánimemente neonazis, y sin embargo en ‘Espanya’ se empeñen en presentarnos al catalanismo, la extrema derecha en toda la plenitud de sus rasgos europeos, como fuerzas políticas progresistas. O así está el progresismo, entonces.

Durante estas dos semanas lo que va a enfrentarse son dos ideas contrapuestas: la de la Nación constitucional para todos, la igualdad ante la ley, la convivencia democrática sin privilegios, la historia compartida y la esperanza de un futuro posible, frente al separatismo egoísta que exige privilegios, que chantajea, que se presenta santurrón y humilde, hipócrita siempre, cuando esconde, como Guardiola, el del pequeño país al Norte -y lo sabemos bien los que los conocemos-, el odio y la ira contra todo lo que suponga España.

Y, alrededor, ese coro inconcebible de españoles borrachos de estupidez, que saldrá mañana a las calles a celebrar que la peor Cataluña se cisca en ellos. En los xarnegos, en los ‘mursianus’, en los castellans, en aquellos por cuya causa se quejaban los hijos de doña Marta Ferrussola y don Jordi Pujol de que no podían bajar al parque porque los niños eran tots castellans: pobretes, colonos, gentuza oliveña de las Españas.

El fútbol es sólo la excusa. Y si a alguien le importó alguna vez el resultado más que ninguna otra cosa en el mundo, aunque hoy vengan vestiditos de amantes de la ‘pilota’, fue a ellos. Precisamente, porque contra España el resultado siempre es más que un resultado: son los segadores que vuelven eternamente a rehacer la Historia que perdieron.

Y no nos queda ya más que un pastor lusitano.

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