¿Cómo saben que todos los que gritan contra Zapatero son de ultraderecha?

Cada día se parecen más a lo que recuerdo del franquismo, la excomunión de los discrepantes, la atribución de intenciones oscuras y ‘subversivas’ a cualquiera que criticara la infalibilidad del Caudillo o el encanallamiento que había ido floreciendo a su alrededor, recubierto siempre de ‘ideales’ y retórica obscenamente hueca. Se habían convertido ya en la carcasa de sí mismos, un decorado institucional que se caía a pedazos a la misma velocidad que el envejecimiento del General.

Y será porque buenas parte de los jerarcas del Régimen Socialista son descendientes de aquellos que medraron al amparo de Franco, pero sus gestos, sus conspitraciones permanentes, su uso de los medios bajo control, su intento de ordenar la vida y, sobre todo, su descalificación de cuantos manifiestan el rechazo a Zapatero bajo la especie de ‘ultraderecha’, recuerdan en todo a aquellos ultras recalcitrantes que llamaban ‘rojo’ a cualquier muchacho que se manifestara por la democracia.

Entonces considerábamos un honor que nos llamaran rojos, en la medida en que suponía amar y defender la libertad. No sé si a este paso los socialistas conseguirán que los muchachos de hoy se honren de ser llamados ‘de extrema derecha’, si eso conlleva sostener la libertad de discrepar. Como en aquellos años, otra vez el carnet de buen ciudadano te lo dan el Gobierno y sus secuaces, en este caso ZP y su izquierda adinerada y presta a la defensa de los privilegios. Es el franquismo derrière-la-lettre. ¿Vivimos otra vez bajo vigilancia, en un sistema en el que a los disidentes no les espera otra cosa que la muerte civil? Los que ayer se pronunciaron en las calles de Madrid contra ZP podían ser de lo que les diera la gana, para empezar. Motivos no faltan a cualquier español, tantos son los agravios sembrados, la cizaña. No deberían olvidar que hasta sus propios conmilitones han empezado a abuchearlo, desde los ex-llamazaristas a Barreda.

Bastaría con recordar, en un día semejante, la aniquilación nacional llevada a cabo por Zapatero, las reformas en el Ejército que sólo han producido descontento, el trato a la Guardia Civil, que también debe de ser de ultraderecha a tenor de los silbidos a Rubalcaba -perfecto mandarín de cualquier régimen, al que más vale no imaginar con el mismo poder en una dictadura-, o el modo miserable de seguir negando que Afganistán es una guerra y, con ello, privar a los soldados allí caídos de los honores y recompensas por la muerte en combate. Eso sólo en cuanto a los ciudadanos más próximos a quienes hoy desfilaban, que seguramente tampoco olvidan la ofensa que les supone ver de Ministra de Defensa a una nacionalista catalana, como Chacón, que en su día no se privó de solidarizarse con aquel Rubianes que insultaba y vomitaba su odio hacia España. Extraño país que ensalza a quien lo niega, y condena a quien se dice español.

También es posible que estuvieran presentes, y expresando su satisfacción con el Gobierno ZP, algunos de los cinco millones de parados a los que ahora quieren llamar ofertantes, en una de las burlas más zafias y grotescas que hemos conocido. Sería para tirarse de la risa si la gente parada no se estuviera quedando sin su vida y enfrentándose cada día a la desesperación. Es la neolengua orwelliana propia de los totalitarios, más burda incluso que aquella lengua franquista que llamaba ‘productores’ a los obreros.

Todos el que se oponga a Z es, por consiguiente, un facha de extrema derecha o de derecha extrema. Casi toda España, salvo los afectos de la Zeja o los que lo critican desde la seguridad del progresismo revelado. Otra vez los adversarios políticos y los ciudadanos libres vuelven a estar poseídos por el demonio. Desdichada España, siempre circular, siempre igual a sí misma.

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