De Feijóo a Rajoy

El anuncio de Feijóo de que no atendería los compromisos adquiridos con Galicia Bilingüe durante la campaña que lo llevó a la Presidencia de la Xunta, quizás sirva para iluminar uno de los debates recurrentes en la vida política española: el de cómo habría de hacer oposición el PP para derrotar al PSOE. La cuestión reaparece estos días en la plenitud del desastre de la Zapatera Gobernación, ante la cual, sin embargo, como han puesto de relieve las últimas encuestas, no se produce un ascenso aplastante de su única alternativa, el PP. Es decir, del único partido que puede sacarnos de esto y cuya obligación es intentarlo.

Las posiciones, por resumir, giran alrededor de quienes sostienen que España es de izquierdas y que la única opción de los populares es confundirse con esa mayoría, maquillar su condición de partido liberal-conservador (bien maquillada en todos los lugares en que gobierna, donde alimenta los pesebres progresistas con encomiable largueza), y hacer una oposición sin mucha oposición, dejando que el PSOE se estrelle solo de la mano de su líder planetario.

Esto es lo que se llama el arriolismo, doctrina que toma el nombre de su fundador, Pedro Arriola, asesor supremo de los populares en la calle Génova. A mí, de esta tesis lo que más me sorprende es su axiona de partida: que España es de izquierdas. Así vota, desde luego, pero ha vivido y pretende seguir viviendo como si fuera rica de toda la vida, desde el sindicalismo, a los de la zeja; y desde los ministros y jerarcas socialistas, hasta las clases funcionariales y profesionales que les dan su apoyo.

Lo que servidor piensa es que España cree ser de izquierdas. O mejor, que necesita creerlo, calmar su alma vividora, el bienestar que alcanzó (y ahora pierde), con esa nueva religión pseudoizquierdista y de revolución de play-station que viene a sustituir al viejo catolicismo en el corazón de una burguesía con mala conciencia. Los españoles necesitan sentirse de izquierdas para no vivir en el pecado.

Y aquí es donde encontaríamos uno de los ejes de nuestra anormalidad histórica: la Transición no habrá terminado, en efecto, hasta que ser de derechas no sea tan normal como lo es en el resto de los países civilizados. Donde, por cierto, la derecha es mayoritaria: democracia (invento burgués y capitalista por antonomasia), seguridad jurídica, libertad de empresa, propiedad privada, que son los valores dominantes en las sociedades avanzadas, aceptados y defendidos sin complejos por sus derechas… y por sus izquierdas, que sí asumieron la caída del Muro, esa Guerra Civil europea.

La paradoja española culminaría, pues, y este es el eje de la segunda tesis sobre la oposición del PP, en esa difuminación centroide que lo lleva a no despegar en las elecciones. A ir sufriendo, por ejemplo, una pérdida de votos constante en favor de UpyD entre aquellos que no sienten al PP, a este PP rajoyano de la segunda legislatura, suficientemente contundente en la defensa de España. Que, recordémoslo, es la defensa de la libertad, lo más progresista que hemos hecho nunca los españoles: una nación de ciudadanos libres e iguales. Y que es su alianza con los nazis regionalistas, su conversión en lo mismo que ellos, lo que nunca se le podrá perdonar a este PSOE falsario y reaccionario.

No se puede ignorar, sin duda, la complejidad de esta España en permanente acoso al Estado desde las comunidades autónomas. Ni la dificultad de rehacer tanto error. Fue la cobardía general de la clase política y la Justicia, que permitió las leyes de normalización lingüística, nacidas del cáncer catalán y auténticos códigos hitlerianos flagrantemente contrarios a la Constitución, lo que nos ha llevado al actual y siniestro nazismo lingüístico, cuya última manifestación en Galicia ha incluido la quema de banderas de España y las amenazas de muerte a Gloria Lago.

Sin embargo, por eso mismo, ya no valen centrismos, ambigüedades ni transigencias. La propuesta de «bilingüismo integrador» con que Feijóo ha disuelto sus promesas no es más que otra derrota camuflada ante el regionalismo enemigo de España. ¿Alguien puede seriamente sostener que dejar elegir a los ciudadanos va en contra de la lengua gallega? ¿Hay algún galleguista al que se le impida estudiar en gallego en un sistema de libre elección?

Es mucho más sencillo. Como nos ha enseñado la Historia, los nazionalismos no son pacíficos ni se conforman con otra cosa que no sea imponer su pequeña tiranía integrista. Y no se les puede combatir con otra arma que no sea la libertad. Todo espacio de cesión lo usarán para socavar y adoctrinar.

Ahí es donde Feijóo y Rajoy deben aclararle a España si están dispuestos a enarbolar la imprescindible defensa de la libertad frente a los regional-socialistas, o si van, y nunca mejor dicho, a templar gaitas. Si van a sostener el derecho a hablar y estudiar en la lengua que les dé la gana a los ciudadanos, entre las oficiales de cada territorio, sin perjuicio del estudio de todas las que lo sean, permitiendo así la movilidad territorial y la continuidad de la Nación; o si van a claudicar ante los fundamentalistas que mantienen que las lenguas son de los territorios y no de las personas, y cuyo único fin es recluir a la gente en guetos nacionalistas. Es decir, si son los principios esenciales los que los mueven o el mero tacticismo.

En fin, si se han hecho zapateristas del todo o aún respiran.

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