Chaves y la multibilateralidad

Están alumbrando una nueva nación, la Cataluña Imperial que nos absorberá a todos, y han enviado a Chaves por España a que nos ponga la epidural. Para que no nos duela. Chaves es el comadrón entre ZP y Montilla, el experto en realidades nacionales y partos de los montes. Otros lo llaman el Papamóvil, porque viene a predicar el amor, a dar abrazos antes de que Salgado le entregue a Cataluña cuanto pide.

Y lo que le piden al Estado los nacional-socialistas catalanes, conviene no olvidarlo, no es sólo una inversión en infraestructuras portentosa a modo de “deuda histórica” (la misma que, por ejemplo, se niega en Murcia)durante unos cuantos años; ni una financiación aún más ventajosa de la que ya tienen (están por encima de la media española en financiación per cápita); sino dos cosas mucho más graves y, diría, escatológicas.

En primer lugar, que se les garantice un reequilibrio de lo que llaman la balanza fiscal (consideran los impuestos pagados en Cataluña como un todo, y le restan lo que se les devuelve, también considerado como un todo), lo que supondría, aplicado a las ‘personas físicas’, que los ricos sólo pagaran un tanto por ciento pequeño y muy limitado por encima de lo que el Estado les ofrece en servicios.

Esto es lo que la izquierda española, catalanista y plural, llama hoy la redistribución de la riqueza: que los ricos no paguen. Y a los que lo denunciamos, nos llaman reaccionarios. Pues sigamos reaccionando. Porque, en segundo lugar, el Estatut exige que la posición de riqueza que Cataluña ocupa en el (des)concierto hispánico no pueda variar nunca. Es decir, que si otros territorios lo hacen mejor, se gastan menos en Carodes Antipas, embajadas, doblajes y todo tipo de chanchullerías nacionalizantes, o facilitan las inversiones foráneas o producen más, en ningún caso ello pueda llevar a un ascenso de la posición relativa de esas regiones frente a la catalana. Juego limpio, que se llama.

Va para tres años que el Estatut, aprobado por las Cortes zapateras, consagró tales privilegios y toda nuestra vida política gira a su alrededor. Lo que ha venido después no es sino la consecuencia de esa estúpida política socialista. En algunos casos, acompañada del desvarío popular, en un intento metafísicamente imposible de sostener a España y algunos feudos a la vez, y no estar loco.

Pero la más brillante aportación al timo zapaterista la hemos vivido estos días. Le han encomendado a Chaves que convenza a las comunidades ‘rebeldes’ de que dos cosas que se excluyen son compatibles: la bilateralidad negociadora que les impone Cataluña, independiente de lo que la otra nación, España, haga con sus regiones, como si quiere disolverlas; y lo que hasta ahora existía, al menos en las formas: un conjunto de comunidades iguales que discuten juntas, multilateralmente, lo que a todas atañe. El Estado español post-estatut que le han dado a Chaves para que lo viaje consiste hoy, legalmente, en lo siguiente: dos naciones forales, Navarra y Vasconia, las más ricas por habitante, que viven de las demás y a su aire; y otras dos naciones de ‘régimen común’, Cataluña y España, que han de discutir el reparto de la pasta recaudada. Esta es la verdad aunque no queramos verla, aunque las regiones ‘internas’ de España no hayan querido enterarse de que ya son poco más que el equivalente a las comarcas catalanas.

Chaves, sin embargo, y a pesar del amargo ‘marrón’ que le han endilgado como retiro, ha estado genial: hombre, si nos reunimos bilateralmente con todos, el final es multilateral, aunque de uno en uno. Extraordinario, ya lo hubiéramos querido descubrir antes. Uno puede ser polígamo y monógamo a la vez, que ya lo decía Machín, siempre que no reúna a todas sus novias. O sea, que si van de una en una, es decente. (Permítanme que les recomiende “Mujeres en Venecia”, de Mankiewicz, en la que un Rex Harrison excepcional, como siempre, reúne a todas las mujeres de su vida con la excusa de su muerte anunciada. Pero este es un sueño incorrecto y por eso lo pongo entre paréntesis, que la censura ha vuelto.)

Toda esta farsa no es más que la confirmación de la vocación totalitaria del régimen zapateroide, un totalitarismo de la Señorita Pepis, sin duda, pero muy vocacional, hasta el punto de cambiar el valor de las palabras. No hay un acto de despotismo mayor, como simbolizaba Orwell en aquel Ministerio de la Verdad de su “1984”, que establecer el significado de las cosas por encima, incluso, de lo más democrático que hayamos creado nunca: la lengua. No hay creación donde se conjuguen el genio individdual y el filtro comunitario como el idioma. Nada donde hayamos colaborado todos de manera tan activa y fundamental durante siglos. El déspota supremo es aquel que puede imponer el léxico a sus súbditos, ya nunca ciudadanos. No en vano el mejor chiste sobre Franco era aquel en el que se le atribuía “la inmovilidad del Movimiento”.

Hoy el lenguaje correcto es la forma de la moderna tiranía, un control ideológico que sataniza a cualquiera que se atreva a ponerlo en cuestión. Así, por ejemplo, se nos ha impuesto el ‘género’ como sustituto del sexo, con la función de demonizar lo masculino, de considerar a todos los hombres como asesinos potenciales y consagrar algo tan reaccionario como inaudito: que ser hombre o mujer conllevan ¡ideologías!, concepciones del mundo determinadas por el sexo. La negación de toda idea de progreso y libertad, de la fe ilustrada en el ser humano.

Y esto de la nación preambular, la realidad nacional y la bilateralidad multilateral, además de una tomadura de pelo, resulta, en ese sentido, la cumbre del zapaterismo. La señal de la ruina moral que nos ha conducido a la económica, la prueba de que un pueblo que permite que le impongan el significado de las palabras ha dejado de ser el dueño de su destino y está dispuesto a soportarlo todo. Incluso millones de parados, cinco años de mentiras, la destrucción de nuestro sistema productivo para sustituirlo por embelecos, y hasta que los bandidos, con el apoyo de toda la casta política, salgan impunes de los bancos y las cajas con los que nos hundieron.

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