Los ‘rojos’ también cazan

Mientras los parados crecen, los rojos cazan. Aquí debería terminar este artículo. Si fuera un poema, ya estaría dicho todo. Hasta ahora nos faltaba la metáfora, el icono, la imagen, el retruécano con gorro tirolés que revelara para siempre la verdad de este socialismo de ojos fríos y revancha caliente, este partido Iznogud.

Pero hoy está “todo más claro” (Pedro Salinas). Lo único que querían era ser el franquismo en lugar del franquismo. Una Unión de Repúblicas Socialistas Galeuskas con sus dachas en el campo para los jefes, y sus obreros alcoholizados y sin esperanza. Como ahora. La obsesión por la Memoria Histórica (no la de quienes buscaban a su abuelo fusilado, sino la de estos sierrosmorenos que han usado la prolongada pena de algunas familias como arma electoral) no era más que el resultado de una pulsión profunda: aplastar a la derecha, echarla de un democracia concebida como un coto (de caza), como ya intentaron otras veces. Lo que persiguen es construir su propio cuarentañismo de ecologistas, feministas y carteristas políticos, un ático con vistas a un mar peronista y eterno.

Anhelaban heredar el poder y la tripa, las reuniones de alféreces y empresarios del Régimen donde se planificaban los negocios y las maniobras contra un adversario cautivo, desarmado y tontaina. Suceder a sus padres simbólicamente, como en Edipo-Bermejo, esa farsa de alcalde franquista en la que el hijo llega más alto y caza más muflones que el padre. Lo importante no es el color de los muflones, rojos, azules, lo importante es la caza, formar parte de ella, arreglarse el piso del Ministerio por cuarenta millonzuchos y cazar con los que son algo.

El Reich de playmobil ya está completo. Tenía sus bancos y familias intocables, su capitalismo de gente guapa y progre, sus coches oficiales y blindados, sus viajes tripartitos, sus muebles de diseño a 360.000 pesetas la silla (sí, han leído bien, en pesetas “todo está muchos más claro”) para los despachos de los Touriños defensores de las patrias. Tenían un montón de naciones, cuantas hicieran falta, con sus embajadas y todo, sesenta ya las de Cataluña, legales desde el Estatut. Tenían sus medios informativos, sus periódicos, sus televisiones, sus Milás, su Sexta, su Guayomin, su Roures, el dueño ultracapitalista -forrado por el Gobierno- que dice trabajar para la instauración de un régimen comunista, y catalán, por supuesto, donde el Barça sea declarado equipo nazional, como un nuevo Steaua de Bucarest, aquel que ganaba las ligas rumanas porque era el equipo de ‘Zeaucescu’. Tenían sus cómicos, su Bardem, su Luppi, su Verónica Forqué, pobrecita, su Almodóvar, su ‘condón’ sanitario .

Tenían hasta su Gallardón, trabajando con astucia para terminar de convertir a la oposición en una más de las instituciones del Régimen. El PP es hoy ese partido de pulsión gallardonita que ya está recogiendo lo que sembró. O mejor, lo que no arrancó. El partido que llegó al poder en el 96 con un programa de regeneración democrática, olvidado al minuto siguiente de su mayoría absoluta, firmó allí su sentencia, almidonó su cuello con la gomina de Michavila para que se lo pudieran cortar mejor.

Todos los pactos en los que el PP y su complejo de consenso ucedita ha ido cayendo con el PSOE, eran trampas para muflones donde hoy los cazadores del Régimen entrenan sus escopetas. Dicen que Garzón invitaba a la cacería a los suyos para celebrar los veinte años de socialismo y ruina que ya se han iniciado. Pero la indecencia cinegética de Bermejo y Garzón sólo ha sido posible por la vocación muflona del PP. Por aquel Pacto por la Justicia, por los de la sanidad y la educación, por no extirpar de raíz la planta de la Logse, por no haber abierto las listas a la verdadera libertad de voto, por no haber introducido controles en el derroche de las taifas regionales, por no haber parado la sangría autonómica de reformas estatutarias a la que nunca debieron sumarse. Por sus leyes lingüísticas, por sus vacilaciones frente a los nazionalistas, por haber acabado con María San Gil. Por tantas y tantas cosas. Por no haber limpiado la financiación de los partidos políticos, que es de donde le han crecido los chorizos que hoy le aventan la basura en una España llena de alfombras palaciegas bajo las que se oculta, incontenible ya, la mierda.

Mientras los parados crecen, los rojos cazan. Tenían sus sindicatos comprados (sólo en Andalucía, ¡44.000 millones de pesetas! en subvenciones en pocos años para UGT y CCOO). Tenían sus servicios secretos, sus policías trufadas, su Constitucional amigo. Pero lo que no tenían era el salmón del Caudillo, su metáfora, la foto. Esos cuernos abatidos. Esa cena entre el polícía, el juez, la fiscal y el ministro, que parece una comedia italiana. Siciliana. Esa connivencia no para combatir el delito, sino para filtrarlo, lentamente, en dosis que terminen por ser letales sin que siquiera haga falta demostrar nada. Hay algo peor que la cárcel: la destrucción moral del delincuente, la extensión a toda su familia, su clan, su raza, su sexo, su partido, del delito. Usar al Estado para aplastar a quien se opone. Eso es el poder absoluto.

Ya lo tienen. Ya tienen el salmón, la foto, la imagen pornográfica de una democracia muerta. Tan muerta como los muflones a sus pies.

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