Euskadiko Tanatorioa (El Tanatorio Vasco)

Treinta años de Constitución después, no tenemos casi nada que celebrar. Buena parte de los asesinos -salvo la extrema derecha y sus batallones- siguen siendo los mismos: la extrema izquierda leninista y separatista que entonces nos dejaba casi cien muertos por año. Entonces, sin embargo, teníamos ilusión, la esperanza de levantar entre todos la democracia y la igualdad ante la ley, la justicia y la libertad. Y un Estado decente del que nadie se considerara dueño. Hoy los españoles hemos perdido la fe. El verdadero desencanto es este malestar descreído, la confirmación de que ya nadie piensa más que en su culo, de que el patriotismo que en aquellos días nos impulsaba (sí, patriotismo, amor a nuestro país, deseo de cambiarlo y mejorarlo) ha sido aplastado por estas castas políticas, empresariales y sindicales, intelectuales y hasta artísticas que han convertido al Estado en un botín, en una máquina de expoliación de los pocos que aún trabajan.

He leído estos días que el País Vasco está enfermo. Pero el País Vasco no es el enfermo, es la enfermedad. La nuestra. Un mal que siempre intentó frustrar cuantos ensayos de modernidad pusimos en pie en los dos últimos siglos. Un cáncer de fanatismo reaccionario, integrismo, desprecio y xenofobia que se resume tanto en los crímenes de la ETA, como en esa partida de mus jugada sobre un cadáver aún caliente. Esa partida de cobardes. Ese bar abierto de una normalidad obscena. Aunque su metáfora, su ejemplo más preclaro es ese Arzallus escupe-palabras, ese ex-jesuita de mandíbula neanderthal que recomienda valium a los que estén cansados del terror y la tiranía de los que él recogió siempre los frutos.

Vasconia es hoy, por nuestra culpa, un tanatorio de “más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)” (Dámaso Alonso, “Hijos de la ira”). Creen ser ciudadanos pero, aparte de algunos héroes, la mayoría son zombies, cómplices de un horror ante el que les dejamos solos. Con la mejor intención, pero en una equivocación histórica que ahora ya nos ha envilecido a todos, dimos todo el poder al nazionalismo, la hacienda, la policía, la educación…

¿Qué nación podría decirse civilizada, cuando en una parte de su territorio un régimen totalitario asesina impunemente a sus ciudadanos? ¿Dónde se consiente el gobierno de los cómplices de una banda asesina? O mejor, ¿qué país democrático del mundo toleraría gobiernos locales apoyados en bandas mafiosas para eliminar a los disidentes? ¿Qué presidente de un Gobierno digno permanecería a su frente después de haber legalizado a esos canallas? ¿En qué cubo de la Historia y del olvido estarían Zapatero, su Fiscal General y su ministro de Justicia, el ínefable Bermejo, en cualquier democracia decente?

Es esa Constitución que ayer se celebraba la que encerraba en su seno a la serpiente. Creímos que aislándola, dándole cuanto pedía, la calmaríamos. Se presentó como generosidad lo que hoy sabemos que sólo fueron cesiones ante las pistolas y las bombas. La misma Ley que consagraba en su letra la igualdad, instauraba la desigualdad con el reconocimiento de unos derechos históricos inconcebibles en una democracia de los ciudadanos. Se introdujo el término “nacionalidades” que ha conducido a la creación de los otros regímenes seminazis de Galicia y Cataluña, presididos sin pudor por el socialismo antaño español. Y se les concedieron privilegios inauditos como los conciertos económicos vasco y navarro, por los que viven a nuestra costa tan ricamente, mientras nos acusan de colonialismo. Cuando veo que la distribución comercial de mi región está mayoritariamente en manos del nazionalismo radical vasco, y les oigo insultarnos encima, no puedo evitar que se me encienda un poco la sangre. Cada vez menos, por supuesto. Sobre todo porque alguna vez habrá que pedirles a los alcaldes de Molina, Archena, Lorca, Murcia, Cartagena, San Javier y Águilas, entre otros, además de al Gobierno regional, las pertinentes responsabilidades por habernos copnvertido en una sucursal de Mondragón, tan cercana a Azpeitia.

Durante toda la semana hemos asistido a las jeremiadas de siempre. Pero el Gobierno ya nos advierte de que va a empezar a trabajar para implementar unas comisiones que preparen dictámenes que puedan abrir unas consultas para alcanzar unos escenarios de consenso que permitan reformar los textos que abran nuevas posibilidades que conduzcan a decisiones sobre un pacto… O algo.

Creer de Zapatero otra cosa no es ingenuidad, sino tontuna simple. Todo se hará según su conveniencia electoral. Si acosando a ANV-ETA cree que puede ocultar a los cuatro millones de parados antipatriotas que le han traído los Reyes Magos y Magas, lo hará. Pero su plan último es hacerse con el Gobierno vasco para volver a negociar. Es decir, para darles más aún de lo que ya nos han sacado a cambio de un armisticio, no de la derrota plena de la ETA que la más elemental justicia histórica exige.

Y es que si no acabamos con el terror y sus justificaciones, si no rebatimos las mentiras sobre las que ha erigido su Reich, el terror y el nazionalismo acabarán con nosotros. Con todos, porque el País Vasco somos todos y en su mesa de mus se juega España, si seguimos consintiendo la ignominia. De lo contrario, más valdrá, en efecto, separarnos antes de que el cáncer se extienda sin remedio.

Hay, pues, que cerrar esta Constitución, blindar y revisar las competencias del Estado (lo que el PSOE no acepta), reformar la Ley Electoral, acabar con la reinserción como única finalidad del sistema penal, disolver las policías autonómicas, recrear un sistema educativo único para toda España, sin menoscabo de su gestión regional, garantizar la movilidad, la igualdad de derechos, las prestaciones sociales para todos, la unidad fiscal y de mercado, y derogar los regímenes forales, los conciertos económicos y cualquier otra forma de privilegio, como el Guadalquivir andaluz, el Ebro aragonés, el Tajo manchego y el Estatuto catalán casi al completo.

Y descender al Athletic de Bilbao, el equipo del PNV y de la raza. Eso era lo que soñábamos entonces, un país de iguales, donde los De Juana no anduvieran sueltos y los tramposos bajaran a segunda.

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