Poder de convocatoria: el Juan Carlos I arrasa

Los mejores headhunters del planeta están de los nervios. Igual que ocurre en el fútbol -y ahora también en la política- los más importantes conglomerados industriales, tecnológicos, financieros y de servicios del mundo están como locos por fichar a los líderes del PNV, Bildu, Podemos y PSE en el Ayuntamiento de Guecho. No es para menos, los cuatro han saltado a la fama tras declarar non grata la visita del portaaviones Juan Carlos I, que ha atracado durante tres días en un muelle guechotarra. La razón: su pacifismo incondicional y su alergia a ver barcos de guerra en el municipio, tratando de proteger a los guechotarras de una visión tan perturbadora.

Uno se alegra sinceramente de que una formación como Bildu se apunte al pacifismo. Quizá este pacifismo llega un poco tarde para las ochocientas cincuenta y seis víctimas de ETA, los más de quince mil heridos o diez mil extorsionados, por no hablar de los setenta y nueve secuestrados, doce de ellos asesinados. Como resultado de lo anterior -además de un coste estimado de veinticinco mil millones de euros- muchas decenas de miles de vascos, y entre ellos muchos guechotarras, abandonaron su tierra para no volver.

Pero me llama aún más la atención el pacifismo de Bildu porque el municipio de Guecho fue unos de los que con más virulencia sufrió la violencia terrorista: cincuenta años de asesinatos, secuestros, bombas, barricadas, autobuses quemados y disturbios callejeros sin que se escuchara ni de Bildu ni de sus antecesores alegato pacifista alguno. Bienvenidos sean pues al pacifismo, más vale tarde que nunca.

En cuanto al PNV, a muchos nos habría gustado ver bastante más entusiasmo en su rechazo a la violencia política y menos compadreo con quienes la apoyaban abiertamente, así como su renuncia a aprovecharse electoralmente de los resultados de esa violencia, especialmente en lo que se refiere a los vascos que por haber tenido que salir corriendo dejaron de votar en su tierra. Desgraciadamente no vimos nada de eso. Lo que sí que vimos hace no mucho fue que el PNV no sólo demandaba la presencia de la Armada en el Oceano Índico para proteger a los atuneros vascos de los piratas somalíes, sino que reclamaban la presencia de infantes de marina a bordo de los pesqueros. De hecho la Armada sigue patrullando en el Índico, lo que no parece afectar al pacifismo del PNV. Pero lo del portaaviones se ve que sí.

Del pacifismo de Podemos no hay mucho que decir; a los presos de ETA les llaman presos políticos, su líder admiraba fervientemente el derecho a portar armas de los americanos y se emocionaba al ver a ocho energúmenos pateando a un policía nacional en el suelo. No sé si me explico. Ya se sabe que se apuntan a un bombardeo, siempre, claro está, que este pueda hacer daño a nuestro país, por aquello del río revuelto. Ahora por motivos tácticos se trata de un bombardeo pacifista, “la presencia del barco no es un buen modelo de convivencia ni un ejemplo a seguir para la infancia”, dicen. Pero nos íbamos a enterar de lo que vale un peine si alguna vez les toca gestionar el Ministerio de Defensa y el gasto militar a Iglesias y compañía.

Lo del PSE es más difícil de entender. Con un montón de víctimas de ETA en sus filas, la sola alineación con los otros tres en este asunto, y especialmente con el pacifismo sobrevenido de Bildu, me produce un asombro que no puedo superar. La pasada Navidad su jefa en el País Vasco disfrutó de una cena de confraternización con Otegui, ese gigante del pacifismo y siempre candidato al Premio Nobel de la Paz. No les digo más. Pero su portavoz en Guecho, quizá un verso suelto dentro del partido, o no, -que se llama, les juro que no me lo he inventado, Txefo Landa– dice que no quieren el barco en Guecho porque «están en contra de la guerra».

Así las cosas, el rechazo de los guechotarras a la visita del portaaviones ha sido total: accesos al municipio colapsados y cortados. Aparcamiento totalmente imposible en kilómetros a la redonda del puerto. Colas de más de dos kilómetros y de hasta cinco horas para visitar el barco. Bares y restaurantes que se han quedado sin existencias y que aplauden con las orejas la publicidad que el ayuntamiento ha hecho del barco. Y una despedida del Juan Carlos I, coincidiendo con la puesta de sol, con una numerosa escolta de barcos de recreo y con el muelle atiborrado de gente aplaudiendo el “Adiós con el corazón» que sonaba a todo volumen desde el barco, y respondiendo al saludo de la tripulación. En resumen, que ha sido un éxito total de crítica y público y que los vascos han acudido en masa a ver el barco, incluso muchos han venido desde Guipuzcoa, Álava y desde otras comunidades.

No es de extrañar que ya hay quien dice que todo ha sido una brillante maniobra orquestada por los cerebros de los cuatro partidos junto con la Armada Española, para poner a Guecho y a la propia Armada en órbita. Si es así, lo han bordado.

Por su parte, el PP ha celebrado abiertamente la llegada del barco y, ya puestos, Pablo Casado ha dicho que Guecho está en Guipuzcoa (hasta ahí podíamos llegar). Quizá, visto lo visto, si se llegan a unir al rechazo habría venido aún más gente, y no ya del resto de España, sino de Europa y de todo el planeta.
Tampoco es extraño, por tanto, que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Iñigo Urkullu y Arnaldo Oteguí estén más que mosqueados con la posibilidad de que las mayores multinacionales del planeta -por no hablar del PP, Ciudadanos y Vox, que también acechan como buitres- les roben a estos extraordinarios cracks municipales, que han demostrado tener un poder de convocatoria que no tiene precedentes, no ya en el municipio de Guecho, sino en el mundo entero.

Ni el Papa, ni Messi, ni Ronaldo, ni Bruce Springsteen, ni los Stones pueden competir con ellos, sencillamente semejante talento no tiene precio.

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Autor

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

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