Una de las primeras cosas que hizo nuestro añorado José Luis Rodríguez nada más llegar a la Moncloa fue cepillarse el Plan Hidrológico Nacional, como no podía ser de otra manera dado que el PHN era obra de Aznar.
Por su parte los catalanes lo dejaron clarísimo: ni una gota de agua del Ebro para otras regiones, mucho mejor que lo que sobre se vaya al mar, faltaría más.
No hace falta decir que a Rodríguez la postura de los catalanes -y la de los ecologistas, que se apuntaron con entusiasmo a la idea de tumbar el PHN- le vinieron como anillo al dedo para justificar su rechazo al plan de Aznar.
Me estoy acordando mucho de ese episodio estos días, cuando el Ebro se desborda y hay inundaciones en Navarra y en Zaragoza -y eso que el deshielo no ha hecho más que empezar- y cuando en Levante están tiesos de agua, como siempre.
Uno siempre pensó que el socialismo iba de solidaridad, de que aquellos que tienen mucho han de ayudar a los que tienen poco. Ingenuo de mi, creí que no podía haber nada de malo en mandar el agua que sobrara en una región de España a otra en la que faltara. A ver, que a nadie le iban a quitar el agua que necesitara, sino que simplemente si sobraba agua que se iba a perder en el mar -repito, si sobraba agua- quizá se podía enviar allí donde faltara. Así, en principio, parece un planteamiento lógico, fácil de entender y sin perjuicio alguno para nadie, ¿no? Pues no, si eso lo había mandado hacer Aznar no podía ser bueno, punto. No había más que hablar.
Así que, hala, a hacer desaladoras, muchas desaladoras, que salen baratas y gastan poca energía. Tanto es así, que en Levante y en el este de Andalucía se construyeron trece, de las que cuatro están o sin estrenar o paradas, y la más grande -que costó 300 millones de euros- funciona intermitentemente, porque literalmente se le saltan los plomos. Como lo oyen, que chupa tanta electricidad que la red no da abasto.
Y me pregunto yo si Rodríguez -o los ecologistas, que ponían a parir el PHN- tendrán algo que decir al respecto. O si tendrán alguna idea sobre cómo pagar la factura energética, por no hablar del coste para el medio ambiente -ya saben, el calentamiento global que les suele preocupar tanto-, o de cómo deshacerse de las miles de toneladas de salmuera que producen las desaladoras.
Mucho me temo que las anteriores son preguntas retóricas. Y así estamos.