Paul Simon: cómo joder un concierto

A diferencia de sus colegas Bob Dylan y Leonard Cohen -que Dios le tenga en la gloria-, Paul Simon a sus 75 años sigue teniendo una voz más que aceptable, aunque luzca una tripita que una camiseta demasiado pegada no ayuda nada a disimular, y un rostro transparente y un poco raro que probablemente le han acartonado an algún quirófano.

Me enteré de que venía a España este verano pero como las entradas costaban un pastón no las compré hasta estar seguro de poder asistir. Las saqué, con gran ilusión de que todavía quedara alguna, la semana pasada.

Como nos pasó con Cohen, era probablemente la primera y última vez que le íbamos a poder ver en directo, así que, un día es un día, decidimos tirar la casa por la ventana y verle cómodamente sentados y muy cerca del escenario, aunque para ello tuviéramos que hipotecar la casa.

La cosa pintaba bien: estábamos a menos de 20 metros del escenario, había instrumentos para un grupo de diez músicos, sin contar uno que salió en un momento dado con un cajón flamenco, junto a un bailaor bastante bueno que se marcó una pequeña exhibición. Además estábamos en el pasillo central, con lo que enseguida pudimos confirmar que el sonido era bueno.

A diferencia de las 60.000 personas que había la vez que vimos a Bruce Springsteen en el Bernabéu -a unos 120 metros del escenario y sin saber a ciencia cierta si era él o un doble y si estaba cantando en inglés o en vascuence- aquí “sólo” había 9.000 feligreses, pero la mayoría estaban detrás de nosotros y todos sentados. Perfecto, pues el día de Springsteen decidimos que se acabaron los conciertos multitudinarios donde o te vas a la guerra durante varias horas para estar cerca o no ves ni oyes nada.

El concierto empezó muy bien, como no podía ser de otra manera ya que no sólo Paul Simon es un gran músico que ha compuesto grandísimos temas sino que ha sabido rodearse para esta gira de unos músicos buenísimos. Se lo puede permitir.

En el pasillo central habían puesto, a dos metros de mi, a un chaval sentado de espaldas al escenario para evitar que algún espontáneo se acercara al escenario y molestara a los que estábamos sentados. Delante de mi había otro pasillo lateral de acceso por el que entraba y salía la gente. Para mi gusto durante todo el concierto hubo demasiado trasiego y creo que la gente debería tratar de ir al cuarto de baño o a comprar un bocata antes de entrar para no molestar a los demás, como hacen en el cine, pero en fin, es lo que hay.

Lamentablemente también transitaron por ahí durante todo el concierto un par de vendedores de cañas de cerveza, lo que era un poco molesto para concentrarse en la música, pero demos por bueno que el negocio es el negocio y que la gente tiene sed (y pasta para pagar cuatro euros por una caña pequeña).

Dicho lo anterior, al poco de empezar el concierto Simon se descolgó con la siguiente afirmación: “no se lo que pensarán los de seguridad, pero tal y como lo veo yo mis canciones son para bailar”. Seguro que quedó muy guay la cosa, pero fue un craso error: a los pocos segundos los primeros espontáneos se arrancaron a bailar en el pasillo, con lo cual muchos no veíamos.

Mientras ocurría todo esto tardamos sólo unos segundos en descubrir que el que teníamos sentado justo detrás se sabía todas las canciones al dedillo y aunque cantaba como un perro no se privaba en absoluto de cantarlas a todo pulmón. Como en el karaoke, oyes. Y no sólo eso sino que también decidió que quería sacar vídeo del concierto con su teléfono… y con el flash. Se tuvo que levantar uno a decirle que ya que el flash a 20 metros no le servía de nada que por favor lo apagara.

Mientras, cada vez más espontáneos se acercaban a bailar y el pobre de seguridad estaba completamente desbordado, de hecho el del karaoke, que también era bailón, le dijo que no insistiera, que no pensaba sentarse.

Así las cosas, Simon se dio cuenta de que se estaba liando y en un momento dado dijo que quizá no era una buena idea que los bailarines no dejaran ver a los que estábamos sentados. Acto seguido salieron tres o cuatro gorilas de los de 120 kilos a poner orden y hubo sus más y su menos pero el del karaoke se sentó sin rechistar. Menos mal que los gorilas eran bastante profesionales y consiguieron que aquello no acabara mal y que los bailarines -que si se hubieran puesto en los pasillos laterales no habrian molestado a nadie- se sentaran. El caso es que entre el trasiego de la gente que entraba y salía, los de las cervezas, el fotógrafo del karaoke y la bronca de los de seguridad con los bailarines, ya nos estábamos empezando a mosquear.

Pues bien, cuando la cosa parecía más tranquila y cuando por fin estábamos disfrutando a tope del concierto Paul Simon decidió que le apetecía más marcha o quizá quedar de guay con el personal -en plan si no bailáis no será por mi culpa– así que esta vez llamó descaradamente a la peña a bailar bajo el escenario y, claro, se produjo la marabunta. En apenas segundos los de seguridad -que para entonces debían estar acordándose de la madre de Simon, igual que estaba yo- fueron completamente desbordados y una multitud se nos puso delante, con lo que la única manera de ver algo era ponerse de pie, cosa que tuvimos que hacer los últimos 40 minutos del concierto. Es muy de este país que la peña pase de lo que piensen los demás con tal de pasárselo bien. Se llama mala educación y un buen ejemplo es el cantarín, fotógrafo y bailón: «si yo me lo estoy pasando bien a los demás que les den». Y si encima el que está en el escenario les azuza un poco con su visto bueno, para qué quieren más.

Y me pregunto yo, querido Paul Simon, si la próxima vez no podrías poner las entradas a 20 euros, quitar las sillas de pista y meter allí a otras 9.000 personas. Todos de pie, todos apretados y discoteca a tope. Eso sí, no cuentes conmigo.

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Autor

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

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