DUELO Y REPARACIÓN EN LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO

Me manda mi amigo Iñaki esto que les pongo a continuación y que no tiene desperdicio. Su lectura es especialmente recomendable para aquellos con cierta tendencia a despistarse en estos tiempos tan confusos que corren.

Muy sibilinamente, y empezando -quien lo hubiera dicho hace muy pocos años- por Rajoy & Cía., nos están intentando vender una moto averiada en aras de la «paz». La realidad es que esa paz se la estamos comprando a ETA en muy incómodos plazos. Les estamos pagando para que no nos hagan daño, hay que joderse. Desgraciadamente el primer plazo lo van a pagar las víctimas al insoportable precio de ver a los asesinos en la calle, sacando pecho y recibidos como héroes. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, en el paquete van también otros asesinos, secuestradores y violadores, lo mejorcito de la familia de los «presos comunes», presos que si bien en la cárcel no eran VIPs, como los matarifes de ETA, una vez en la calle nos brindarán también grandes emociones y titulares.

Los vendedores de motos, los mismos que nos animaban a salir a la calle contra el «proceso de paz» de ZP, nos han puesto el país perdido de mentiras y de infamias, de ingeniería jurídica disfrazada de «respeto a la legalidad», y nos lo van a poner también perdido de desechos humanos, de escoria.

Pero la cesión ante el chantaje ya sabemos a lo que lleva: a más chantaje. Y así hasta que lo que no pudieron ganar con bombas y tiros en la nuca se lo acaben regalando -se admiten apuestas- unos gobernantes cobardes y acomplejados que no nos merecemos. O tal vez sí. Pero las que seguro que no se merecen tanta infamia son las víctimas.

Iñaki, que es médico psicoanalista, lo explica mucho mejor que yo:

Hola Quique, te envío el texto de la ponencia que presenté en Zaragoza el pasado 6 de Noviembre, en la Jornada sobre “El final de la violencia y el discurso de las víctimas”. Organizada por laFundación Manuel Giménez Abad.
Estuvo muy bien para estos momentos que vivimos, y viven las víctimas. Hablamos Fernando Savater, Maite Pagaza, Santiago González, Aurelio Arteta, Jose María Ruiz Soroa y un servidor.
Santi y yo tuvimos el honor de que nos presentara al público un joven excelente, Borja Giménez que, como sabes, era un muchacho cuando iba al fútbol con su padre y vio cómo le mataban. Cosas que emocionan, como te puedes imaginar.
Sigue el combate por la memoria.

Un abrazo

Iñaki

DUELO Y REPARACIÓN EN LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO

Los últimos acontecimientos acaecidos con los presos terroristas han planteado le importancia decisiva que toma el desenlace político de 50 años de actividad terrorista. Y la actitud de las víctimas es muy importante, fundamental, para el modo en que se configure ese desenlace. Por ello me parece tan pertinente la pregunta que nos reúne acerca de la función que tiene el discurso de las víctimas tras el final de la violencia terrorista. Mi agradecimiento a la Fundación Manuel Giménez Abad por la invitación a participar en esta Jornada “El final de la violencia y el discurso de las victimas”

Porque, además, de nuevo hoy se oyen voces airadas que piden a las víctimas que se callen, y les espetan todo tipo de acusaciones de estar manipuladas por intereses políticos, de querer hacer ellas mismas política, incluso, indignamente, de buscar venganza. Desde variados ámbitos piden, exigen más bien, que las víctimas se callen. Es evidente que en algunos no han aprendido que la democracia es la libre toma de la palabra por quien lo desee. Pues ¿por qué no las víctimas?

¿Por qué estas voces antidemocráticas se repiten tanto, no cesan de repetirse? ¿Por qué les irritan tanto las palabras de las víctimas, de quienes tanto han sufrido y que a ellos no les han hecho nada? Esto pide una interpretación.

Vivo en el País Vasco y he vivido muy próximo a este ambiente en el que siempre se ha guardado silencio cuando moría la gente en atentados. Y que, en cambio, ahora hablan para criticar las declaraciones de las víctimas. Esta mezquindad moral es ya una vieja conocida en nuestra tierra.

Hay una razón que resulta transparente. No hace falta ser psicoanalista para comprenderlo. Sabemos desde Freud que el único sentimiento del que, a veces, un sujeto no es consciente, no lo reconoce en sí mismo, es el sentimiento de culpa.

Los que se quejan de las víctimas, los que les critican, los que no las soportan, no quieren saber por qué. Porque les irrita descubrir en el relato de las víctimas su parte de responsabilidad en lo que ocurrió. Sabemos hace mucho que la irritabilidad, la agresividad mostrada hacia las víctimas del terrorismo viene a tratar de tapar, de negar la culpa no reconocida, pero también inextinguible. Porque en toda sociedad civilizada hay una ley moral que hace a todos iguales en el derecho a la vida. Y que hace que la muerte inferida a otro miembro de la sociedad nos concierna indefectiblemente, porque es el mismo derecho de cada uno a la propia vida. Porque el asesinato de un ciudadano nos confronta a nuestra cuota de responsabilidad como miembros de esa misma sociedad, y hace que la indiferencia, la inhibición sistemática ante ese hecho, no puedan impedir que caiga sobre el sujeto su parte de culpa en ese horror del que aparta la mirada.

El rechazo hacia las expresiones de las víctimas tiene la función de ser un conjuro para los demonios particulares crecidos en las complicidades de todo tipo.

El sentimiento de culpa no es algo que se elije sino algo que no se puede evitar que surja. Sí se puede negar, pero no sin consecuencias. Y una de ellas es esa deriva perversa de dirigir su odio y agresividad hacia quienes intuyen ser la causa de su culpa.

El duelo

Toda pérdida de un ser querido nos amputa parte de nuestra vida afectiva. Nos produce un boquete inmenso en nuestro ser que es el vacío que deja la ausencia del ser amado. El duelo es el esfuerzo por reconstruir el tejido de palabras, imágenes y representaciones destruidas por la pérdida, que conforman nuestra vida afectiva y que nos permiten recomponer la configuración de nuestro psiquismo, y volver de nuevo a invertir nuestro interés y nuestras capacidades en todo lo que permanece en nuestra vida. Se trata, por tanto en el trabajo de duelo, del empleo adecuado y posible de los recursos necesarios para poder soportar los efectos de esa pérdida. Cada persona tiene su modo de hacer el duelo. Es algo profundamente singular. Y se debe respetar la forma en que cada uno hace su duelo. Porque, como bien lo saben tantas víctimas, seguir viviendo después de la pérdida de un ser fundamental en nuestra vida es muy difícil, heroico a veces. Y además se convierte en una tarea infinitamente más dura cuando se trata de víctimas del terrorismo. Porque para hacer un duelo necesitamos crear un sentido para nuestro dolor. Cuando perdemos seres queridos recurrimos a la búsqueda de sentidos que mitiguen nuestra pena para disolverla en ellos, y razones que nos ayuden aceptar lo irremediable. Así, nos remitimos a la inevitabilidad de las enfermedades, a las desgracias de la vida, a lo inevitable. Pero esto no le sirve a quien le han matado un ser querido aduciendo razones de la sinrazón, y resulta imposible para las víctimas encontrar un sentido que sirva de consuelo. Porque no lo hay. El sentido de la maldad, que proporciona la satisfacción al terrorista, es un sinsentido para nosotros. Por eso el duelo es más mucho más difícil.

Porque lo decisivo en este caso es que, como sabemos, al asesinato se añade la injuria. Porque los terroristas esgrimen una “causa” para justificar sus crímenes.

Es una injuria porque se le ha matado por ejercer sus derechos y cumplir sus obligaciones, y en nombre de una acusación infamante que le califica de enemigo. Enemigo del pueblo, antivasco, etc. Se le acusa a la víctima de ser un obstáculo para conseguir supuestos derechos o libertades, que son la parafernalia del crimen. Esta infamia se declina de diversas maneras y lo que pretende efectuar es lo que podemos llamar una “segunda muerte” para la víctima. Es decir, matar además su memoria, tratar de denigrarle buscando impedir que sea hablado dignamente por quienes quedamos tras su muerte. Arrebatarle a la víctima el derecho a su memoria, a ser honrado cuando lo recordamos. Es precisamente lo que los asesinos llaman su causa lo que constituye la afrenta mayor para las víctimas del terrorismo. Y es lo que denuncian con razón irrenunciable.

Esta tragedia es lo que representa en nuestra cultura la obra de Sófocles. Lo que Antígona afrontó al desobedecer la orden de Creonte de que no se dieran sepultura a los restos de su hermano. Y Antígona transgredió la ley del rey para honrar a su hermano al precio de su vida. Es así un referente para quienes nunca aceptarán la “segunda muerte de sus familiares.” Para quienes en todo tiempo han reivindicado la memoria de sus seres queridos.

Los terroristas buscan matar dos veces a sus víctimas borrando o degradando su memoria. Esto es esencial para su estrategia. Con ello tratan de que no haya solidaridad con las víctimas, que nadie se manifieste a favor de ellas. Tuvieron mucho éxito durante muchos años. Todos recordamos aquél sintagma terrible: “algo habrá hecho”. Palabras que deben figurar, sin duda, en esa historia universal de la infamia que debemos recordar los demócratas.

La reparación

La reparación de las víctimas debe estar a la altura del daño y la ofensa. Es lo que se ha venido haciendo en España por parte de las más altas magistraturas del Estado, por las instituciones y el conjunto de la sociedad. Consiste en la descalificación absoluta de toda pretensión de los terroristas. En dejar claro para la historia que no existe causa alguna para los crímenes cometidos. Que el terrorismo no tiene causas, que no hay causa alguna que tenga como efecto un atentado. Que su causa es el mal causado. El resto son pretextos.

El móvil fundamental de ETA siempre ha sido su reivindicación identitaria. Más allá de inconsistentes retóricas revolucionarias, izquierdistas y planteamientos sociales radicales, su enemigo real es el conjunto de todo lo español. Su base es el discurso de Sabino Arana que contrapone contra todo el mal que es “lo español” un bien que es “lo vasco”. Esta oposición se repite constantemente y estructura sus conceptos y su praxis. Es el delirio identitario, la consideración de la identidad vasca como un bien amenazado por el mal español. No hay racionalidad posible en ese esquema identitario de una simpleza aberrante que conforma la prosa pedestre que emplean en sus enunciados.

La identidad no es una sustancia inamovible, un valor absoluto que el otro puede querer robarme, sino el conjunto de rasgos por los que los demás nos reconocen. Es decir la identidad nos viene a través de los otros que nos reconocer en ella, y no es una propiedad heredada. Llevar la lucha por la propia identidad confronta a los sujetos a una pelea inacabable pues nunca podrán ver reconocido el ideal identitario que, en tanto ideal, es imposible que llegue a colmar el narcisismo que lo empuja. Así ese ideal llevado al límite les sitúa en un eje especular imaginario sin salida, lo que les conduce a arremeter contra el espejo que suponen los otros y a su muerte.

ETA, en su raíz, ha matado a sus víctimas por españoles o por, en su delirio, servir a los españoles. Es esta su matriz totalitaria, con grandes similitudes con el supuesto nazi de la raza aria. Durante décadas han salido los féretros del norte hacia todas las regiones de España, y luego ETA ha ido a matarles allí.

Hay que hacer constar la grandeza y madurez democrática de la nación española que nunca ha caído en esa provocación de caer en el mortífero eje identitario y siempre ha respondido tratando la actuación de ETA exclusivamente como delitos contra la democracia. Ha sido la democracia y el Estado de Derecho lo que ha hecho imposible que acabáramos como bosnios, chechenos o tutsis.

Hoy, afortunadamente, ETA ha sido reducida a la inoperancia, pero es un error decir que ha terminado. En tanto continúan unos sujetos con armas y emitiendo comunicados siguen suponiendo una coacción sobre la sociedad. Para la democracia y, desde luego, las víctimas no se ha terminado. La reparación de las víctimas exige la total desaparición de ETA. Que cuando hablemos de ETA sea algo ya inexistente y que esas siglas no tengan un poder de significación con el valor simbólico de representar la muerte para todos los ciudadanos.

El mal hacer, en mi opinión, de sectores políticos e institucionales ha supuesto que el brazo político de ETA sea legal y ocupe importantes cuotas de poder institucional y social, y que “la derrota policial se transmute en victoria política”, como ha dicho Teo Uriarte.

Pues bien, la reparación de las víctimas y de la sociedad democrática exige librar la batalla democrática contra esas fuerzas políticas que actúan en democracia sin haber condenado los crímenes de ETA. Debe producirse la unión de todas las fuerzas democráticas para aislar a los amigos de los terroristas e impedir que accedan a cotas de poder. Es tarea de los demócratas mantener un discurso que deslegitime a los herederos de ETA y, en su caso, solicitar su ilegalización. Su presencia en las instituciones es un escarnio para la democracia y una afrenta a las víctimas. Es una cuestión ética que exige una respuesta democrática, de lo contrario, esa liviandad respecto a los crímenes de ETA es dejar abierto el camino a un efecto retroactivo en la subjetividad de los ciudadanos que puede ser deletéreo para la democracia. No debemos ceder, como decía Florencio Domínguez, “al olvido que nos quieren imponer”.

Finalmente quiero añadir unas consideraciones sobre algunas palabras que hoy circulan en nuestra sociedad. Y es imprescindible el justo empleo de esas palabras que conforman nuestro criterio moral. Se habla de perdón. Y el perdón es una práctica básica en nuestras vidas. El poder perdonar los agravios es un fundamento de una sociedad civilizada. Un adecuado tratamiento de las debilidades humanas. Pero el perdón tiene unas limitaciones humanas, y no se puede pedir que se perdone lo imperdonable. Y pedir a las víctimas que perdonen eso sí es imperdonable. Queda para la intimidad de cada cual el cómo resuelva conforme a su conciencia moral. Y la petición de perdón y arrepentimiento creo que solo concierne a quienes han cometido actos terroristas. Todo esto pertenece a una dimensión privada de las relaciones humanas, y así debe ser preservado.

Lo que tiene una dimensión pública, concierne a toda la sociedad y, por tanto, se debe exigir a los terroristas es la rectificación y la condena explícita de sus crímenes, y la colaboración para resolver 300 atentados cuya autoría continúa sin esclarecer.

Reconciliación es otra hermosa palabra, reencuentro en los afectos, pero pedírselo a las víctimas para con sus verdugos es, simplemente, una crueldad que va más allá de una lógica democrática. De lo que se trata es de que se pueda convivir en el respeto a las leyes. En todo caso queda, también, para la decisión de cada uno.

Yo quiero que las víctimas no se callen. Somos muchos los que les pedimos que continúen hablando. Con acierto o con error. Porque es su voz lo importante, lo que nos recuerda lo real: que, en España, se ha atentado contra la vida durante décadas. Muchos podemos decir que su voz fue imprescindible para que pasáramos de la condena en nuestro fuero interno a asumir que su causa nos concernía. Porque todos tenemos derecho a la vida, si no, a lo peor, no lo tiene nadie.

La palabra de las víctimas ha sostenido el eje esencial de la actividad democrática en nuestra sociedad en estos años.

Por eso les decimos, siempre, gracias.

Zaragoza, 6 de noviembre de 2013

Iñaki Viar

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

Enrique Zubiaga

Soy un aviador vasco que he visto mucho mundo y por eso puedo decir alto y claro, y sin temor a equivocarme, que tenemos un país increíble y que como España en ningún sitio.

Lo más leído