¡Spice your life! El bloody Mary de Marilyn (1926-2008, 2009, 200…)

«La gente suele mirarme como si fuese una suerte de espejo y no una persona. (M. M.)»

La existencia de Marilyn, en el Golden Age hollywoodense donde ánidaron sus obsesivos deseos de gloria y afectos, fue una casi permanente Happy hour. De hecho, consideró su cóctel favorito, el Bloody Mary, un brunch líquido apto para resolver sus problemas de despensa, tiempo y línea.

Con su explosivo capital, 164 cm de rubia ingenuidad, una piel de rara luminosidad que más que otras, resplandecía en el blanquinegro de las pantallas, sacó a relucir un salvador narcisismo y por fin jubiló su atroz niñez, ganándose el predestinado título de Miss Lanzallamas, seguido, vaya, de Miss Cheesecake.

A la sazón, cosas de la posguerra, triunfaba la sensual pin up de infinitas curvas adorada por rudos camioneros y teenagers plagados de granos y hormonas: así empezó una carrera de modelo morena y vida de cine, encarnando un nuevo patrón femenino, que no confundía sexo con pecado y reclamaba su justa parte de diversión.

El star system imperante clasificó erronéamente entre tontas de bote a Norma Jean Baker, mudada a rubia oxigenada y por tanto, a Marilyn Monroe. Relegada a papeles de fulana barata, stripper decerebrada o chorus girl tontita, se le permitió abrir la boquita pintada para soltar naderías, lo que se estilizaba para las rubias de dicha época. Cansada de tanta misoginia y papeles limitados, la rebelde estrella, después de varios avisos seguidos de un portazo, fundó su propia compañía, la Marilyn Monroe Productions, triunfó y dejó átonitos a los mandamás machistas de la meca del cine que le juraron venganza eterna.

En la actualidad, observando su audacia y denodada lucha para sobrevivir en la salvaje jungla del celuloíde, Marilyn se asemeja más a una integrante de las Women’ Lib que a la mujer objeto en la cual la encasillaron.

Entre ’46 y ’51, el atrevido look Monroe, una mezcla de platinado Harlow, lencería incendiaria, escote de 98cm desafiando la gravedad y excitantes vaporosidades blancas flotando al cálido soplo del metro neoyorquino, reventaron fondos de armarios, taquillas y libidos del mundo mundial. Se inventó un peculiar tono vocal, suave y ronco a la vez, que muchos consideraron fruto de un fogosidad inextinguible y otros, de insuperables crisis asmáticas. El resultado creó un personalísimo estilo conocido como «monroeniano«.

Bikinis menguantes, ropa interior inexistente (detestaba lo «que se arrugaba (sic)«), vestidos tan estrechos que se los cosían encima, diamantes reales y a granel, avainillado make-up turbador, Nº 5 de Chanel usado a modo de camisón y muchas horas de espejo confortaron un fenómeno sensualizando todo, seguido y copiado por millones de mujeres hasta hoy día (véase Madonna, Lady Gaga, Lindsay Lohan).

Ya superstar de strass y de estrés, emocionalmente quemada al fuego de todas las vanidades, deliciosamente (des)vestida, con tres matrimonios fallidos, amantes incontables, míticos caballeros inscritos en su nómina amorosa (Brando, Miller, el heroe nacional Di Maggio), doblete con los hermanos Kennedy y múltiples intentos dolorosos de ser madre, la star basculó en una espiral de depresiones y drogas. Cuando, tocada por el ala de la locura, ingresó en un psiquiátrico, su miedo más intímo se perfiló: seguía la senda siniestra de Gladys, su difunta madre, que según decían, padecío esquizofrenía. Sinatra emocionado se erigó en amante protector, con regalos en forma de tierno caniche para alegrar su trágica soledad. La bella, usando su vis comica, llamó al cuadrúpedo «Maf» (por mafia) y paseaba con él en su rutilante Cadillac bajo el sol perenne de Malibú.

Una dieta particular de alcohol, café y somníferos apaciguaba a menudo su sueño troncado de felicidad. Bebiéndose la vida, topó con una panacea para sus incontables resacas, el Bloody Mary, sustituto de sus pauperísimos desayunos, suerte de fast food líquido refrescando su gaznate cargado y alma atormentada. Desde luego, toda una medicina spicy para una belleza igual de contundente. Notando que el mix la alimentaba sin cocinar ni expandir sus curvas naturalmente generosas (Marilyn y los fogones no congeniaban especialmente), lo incluyó a su regimen de insomnio, pastillas y destilados. Con todo, lanzó el cóctel a la posteridad alcoholizada y por tanto, al firmamento de los drinks leyendarios.

Con cada vaso de Bloody, la solitaria estrella saludaba una esquiva felicidad y el 5 de agosto de 1962, en circunstancias extrañas, sin carta, llamada, ni siquiera un adiós, dejó esos lares rumbo a otro firmamento. Hasta la fecha, nadie supo ni pudo recoger el cetro de su glamour y su trono de lentejuelas sigue vacío desde que dejó el universo huérfano de su rubia presencia. Hoy día, la más deseada del campo santo sigue ligando su nombre a dicho combinado, mitificado por su elección.

Cuentan, entre varias historias, que dicha bebida debe su extraño nombre a María la Sangrienta, minuciosa exterminadora de protestantes del siglo dieciséis, para la Historia la reina Mary Tudor, hija de Catalina de Aragón y de un Barba Azul que realmente existió, Enrique VIII, ese príapo de las seis esposas (dos decapitadas, algunas repudiadas y todas despachadas).

Siglos después, en 1921 y el parisino Harry’s Bar, la soberana inspiró al barman Ferdinand “Pete” Petiot, un deleite destinado al actor americano Roy Barton. Empero, dicha mezcla agría de acidulado zumo de tomate y vodka especiada poco agradó al sofisticado paladar francés, que lo consideró insufrible y lo relegó al olvido.

Mientras, en la innovadora tierra de barras y estrellas, donde el peregrino Pete dirigió en 1936 los destinos del King Cole Bar en el neoyorquino Hotel St. Regis, el invento se adoptó sin demora.

Sustituyendo la inalcanzable vodka por ginebra, añadió pimienta negra, endiablada cayena, anchoada salsa worcestershire, un drop de limón y por sí acaso no fuese suficiente para los más atrevidos, subió su temperatura con un toque de tabasco.

El novedoso cóctel contó, además, con una baza suplementaria por la naturaleza de sus ingredientes, disponibles en la mayoría de los frigoríficos estadunidenses, por tanto realizable en cualquier momento y en un santiamén. Bautizó la hazaña con el acuático nombre de “Red Snapper” (¿pececito rojo?). La cosa dejó descendencia en forma de Bloody Caesar y nefastos Draculas de transilvaniana memoria.

Actualmente, el Bloody sigue en activo, aunque pocas veces resulta adecuadamente elaborado. En efecto, ciertos sujetos poco escrupulosos sirven un carísimo refrito de gazpacho alcoholizado, suerte de zumo de tomate especiado con vodka de calidad dudosa. Peor todavía, al sol de los neones de los hipers florece implacablemente cada verano un atroz mejunje, auténtico castigo terrenal ya embotellado para el personal, de cuya marca, por mera humanidad y profundo horror, preferimos no acordarnos.

Según los puristas, un Bloody comme il faut huye de shaker y hielo para preservar su untuosidad y sólo se baña en mordaz Vodka Absolute Pepper. Para gustos, sabores, saberes y una docta aseveración de un resignado barman afirmando que “Bloody y barbacoa son tal para cual: cada uno pretende prepararlos mejor que su vecino”. Con tal panorama y la pericia del joven campeón de coctelería Israel Gil Martín, ese as de la Cosmoterapia, les proponemos una receta de alto sabor y resultado aterciopelado. Empero, de su gusto personal dependerá el vigor de ese delicioso y nutritivo cóctel.

Incluso existe un Bloody Marine, cuya receta incorpora jugos de coquina y de ostras. La curiosidad (fuerza 5 en la escala de Richter alcohólica) se solapa de verdes frescores de apio que entusiasman a los fórofos oceánicos, mientras otros horrorizados, rechazan tal absurdez.

Sea como sea, ese día 5 de agosto Marilyn que está en los cielos cumple 82 primaveras. Nosotros, sus fans, aprovecharemos ese aniversario nostálgico para saludar esa dama inolvidable. Dicen unos privilegiados que la última vez que la vieron, iba deslumbrante, impecablemente peinada y maquillada, luciendo un ceñido vestido de seda esmeralda de Pucci que no llegó a estrenar.

Así la queremos recordar y levantar nuestra copa a la paz que esa Tierra no le brindó. ¡Cheers a ese hermosísimo ángel que una vez nos visitó y a todos los que conservan su rubio recuerdo en sus corazones!

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Autor

Marie José Martin Delic Karavelic

Marie José Martin Delic Karevelic, apasionada periodista culinaria autora del blog ‘Fogon’s Corner’ en Periodista Digital.

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