Gigante Universal: Sara Montiel

Dentro de veinticuatro horas, Campo de Criptana nombrará Gigante Universal a Sara Montiel, casi coincidiendo, quien se lo cree mirando/admirándola, con las ochenta estupendas primaveras de su musa más universal.

Ese mismo día, María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández, ciertamente emocionada, revisitará vivita, nostálgica y coleando, su pasado legendario en el delicioso pueblo manchego que la alumbró. En ciertos casos, la realidad sobrepasa la ficción y el camino recorrido, desde esa calle orcelitana donde su fastuosa juventud en flor cantaba al Cristo semanasantero, los sueños más fantasiosos.

Lo suyo, bajo seudónimo de María Alejandra y mantilla de bucles sedosas, fue inmediata locura de amor como la pelí que la consagró, con un público peninsular rendido a sus esplendorosos encantos. Ya Sara Montiel de magnética hermosura envolvente, exportó luz, estilo refulgente y turgentes curvas hispánicas entre los Hollywood y México del cine de oro, donde con criptanense glamour, piel canela al sol de Veracruz, cuplés insuperables y ramitos de violetas desbancó cum laude a la competencia imperante, nada menos que Taylor, Bardot y Bacall entre otras. Por fin, suerte de pícara Mae West made in Spain centelleando en su firmamento único de luna lunera, fue la más femenina, carnal y taquillera, exacto reflejo al revés de una doliente España hambrienta, adelantada al patrón moderno de nuestra contemporaneidad.

En los platós su camino cruza los de James Dean, con quien comparte bromas, hamburguesas y lunch time, de Gary Cooper loco por la comida picante y un tal Brando muy hispanohablante, al cual propone una especialidad que borda, un par de huevos manchegos con puntilla, ajos, aceite de oliva y pan tiernito. Pasan dos semanas y la dama se olvida de los huevos de Marlon, quien, sin avisar, se planta al alba, rebosante de músculos, camiseta salvaje y sonrisa de chico malo, en su kitchen californiana para degustarlos.

El tiempo no afectó al mito, que sigue marvellous y de cine, como lo comprobamos en la intimidad de su salón madrileño, conversando a media luz sobre las cosas de su vida y vitalista ecuación de forma.

¿La receta? Optimismo, mucha gimnasia diaria, té, cero café, galletas, cereales y frutas al desayuno, pescado crudo, cocina arroces de todo tipo, aunque el alicantino sea su preferido, sopitas mallorquinas, papaya y mango a granel, nada de dulces ni de anoréxica nouvelle cuisine que no la agradan. Fumar podría seguir siendo su placer, empero hace tiempo que jubiló los puros por gravísimos problemas de tiroides, que la dejaron en puertas de Tanatos en su juventud y se agravaron con la madurez. Debe su salvación a la pericia de un médico clave, el Dr. Gregorio Marañón, que la cuidó durante un año.

Es bello contemplarla, risueña, joven y encantadora, desgranando con emoción sus primeros recuerdos culinarios familiares, aderezados de todo el cariño que le profesaba sus padres y sus cinco hermanos.

Tiempos brutales, de miedos agobiantes y atroz guerra civil, apenas nutridos por la llamada cocina básica del pobre, de cuchara manchega y de hambre siempre. Antonia rememora cariñosamente gachas, migas, judías blancas y esas peculiares tortillas maternas, de huevos y harina, truco sustancioso engañando al estómago maltrecho y paliando la cruel escasez de patatas soñadas. Su primer recuerdo culinario de Madrid, donde llega en 1943 es todo un lujazo, pescadilla con lechuga, pero también de muchas penurias, frío y hambruna.

Por las aceras neoyorquinas le encanta comer perritos calientes, french fries regados de Coca Cola muy fría y, en restaurantes especializados, los tejanos T bones steaks con ensaladas enormes, recuerdo del Hollywood de sus mocedades.

Mañana será un día único en la vida de esa gran artista, con actos homenajeando su figura, eternizada en una estatua de bronce realizada por Juan Cuevas, placa conmemorativa en la casa que la vio nacer y reapertura del remodelado Molino-museo El Culebro, más conocido como el de Sara Montiel, que albergará prendas y objetos personales de la estrella.

Después, se entregará el merecido galardón de Gigante Universal a esa manchega prodigiosa, cuya historia bien podría ser un guión versando sobre destino contrariado, belleza descomunal y voluntad férrea. A Cervantes le hubiera encantado. Besos, enhorabuena, larga vida y violetas para Ud., Señora, amor con amor se paga.

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Autor

Marie José Martin Delic Karavelic

Marie José Martin Delic Karevelic, apasionada periodista culinaria autora del blog ‘Fogon’s Corner’ en Periodista Digital.

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