Hay momentos en que las cosas me cuestan de manera especial. Y, en este sentido, mi memoria histórica me advierte de que las primeras quincenas de junio suelen ser peligrosas. Especialmente cuando se presentan calurosas.
Es como una modorra que me invadiera y de la que me cuesta librarme. El pensar se me hace cansino, plomizo. Añoro la agilidad de otras épocas del año y siento rabia por la productividad que se va al garete.
Pero dicho esto, la receta resulta siempre la misma: activar las neuronas, quemar etapas y poner mucho empeño. A medida que hago camino, todo se vuelvo propicio. Y yo me envalentono. Y resurjo. Y prospero.
(Cosas de los biorritmos de uno. Cada uno sabe lo suyo).