Irrumpe la lluvia en la tarde dominical barcelonesa y no puedo evitar el impulso de acercarme a la calle Petritxol a tomar una taza de chocolate caliente.
«Pallaresa» (de 1947) es uno de los establecimientos clásicos de esta calle a cuatro pasos del Ateneo, donde me pertrecho intelectualmente para continuar con mi tesis tras mi asueto caribeño.
La chocolatería está repleta. Ha sido un pequeño milagro que haya conseguido una mesa. El trato del personal es displicente. Se saben los reyes del mango y están acostumbrados a hordas de guiris fáciles de contentar con medianías gastronómicas.
(La lluvia limpia las axilas de esta Barcelona ojerosa, tocada por la sequía y el aire se torna grato, respirable. Y yo me siento transportado a mis épicos chocolates con churros en «El Muelle» en pleno centro de Santiago de Compostela…)