Me encanta escuchar por la radio misas del mundo. O colarme en ellas.
Recuerdo con emoción cómo me colé en una misa en Jamaica. Cuando fui detectado acudió presto el párroco. Pensaba que iba a amonestarme. No. Tan sólo acudió presuroso a pedir mi contribución a los gastos de la iglesia. Huí con en el rabo entre las piernas, ante la mirada embarazosa de los feligreses, negros como el ébano (¡qué bien cantaban!).
Recuerdo también una preciosa misa en una aldea perdida en la isla portuguesa de Madeira. Allí nadie se fijó en mí. Y yo disfruté de aquel templo minúsculo y multicolor.
(Los domingos -como hoy- escucho la misa en sueco que me provee Sveriges Radio. Me llama la atención la deferencia espiritual de esta emisora pública en una sociedad aparentemente tan aconfesional como la sueca).