Falleció el ex presidente azulgrana, Josep Lluís Núñez, y viene a mi cabeza la enorme cantidad de denuestos que recibió en vida, también sus maniobras especulativas como constructor terror de las esquinas y su trato rayano en la crueldad con los proveedores. Me explicaba mi padre que les inundaba de encargos, lo que les obligaba a invertir en recursos. Y, de repente, les espetaba: «A mitad de precio o nada».
Me viene también a la memoria la anécdota de su faceta como vendedor de pisos: madrugaba para dejar la vivienda como los chorros de oro para que luciera al máximo.
Mi plaza de parking estaba próxima a la suya en los tiempos en que yo vivía junto a la calle Urgel, donde tiene su sede central el imperio inmobiliario que creó.
Nunca crucé palabra con él pero me asombro de lo que leo ahora en boca de los mismos que le vituperaban cuando les convenía.
(La edad, la experiencia, los años, me hacen ser cada vez más descreído. También caer en la cuenta de que es propio de la condición humana negar al otro el pan y la sal. Y que en la trayectoria de una persona hay de todo: cosas buenas y cosas malas).