Entre el revuelo sobre másteres etéreos y doctorados tramposos me llega una frase del presidente del Gobierno sobre lo que requiere el trabajo de un doctor: «Humildad y constancia».
No podría estar más de acuerdo. Lo primero de que se percata un doctorando es de la cantidad de conocimiento esparcido por el mundo que le precede. Uno se siente insignificante ante el torrente de datos, teorías e investigaciones, que además no paran de crecer.
Y lo relativo a la constancia es también una verdad como un templo: sin constancia no hay doctorado. Lo cual es extrapolable a la mayoría de las actividades de la vida.
(He convenido por ello con mi madre que lo primero que debe preguntarme cada vez que me ve es «cómo te va la tesis». Será un mantra que podrá frenar mi natural tendencia a la dispersión intelectual. Gracias, mamá).