He pasado 9 días a caballo entre Lizarra (Estella en castellano, ciudad foral de Navarra) y el País Vasco francés, con paradas en Saint Jean de Luz, Biarritz y Bayona, y dos días posteriores en Toulouse, la capital occitana. Todas estas ciudades francesas no las conocía.

En mis días navarros he realizado una primera incursión en el aprendizaje de la lengua vasca. Me intriga porqué la gente considera que es tan difícil a la vez que el origen enigmático de este idioma. Me he pasado la estancia en Navarra (y en parte en las localidades vascas francesas) con la radio siempre puesta en euskera (me llama desfavorablemente la atención con qué frecuencia los locutores utilizan la expresión «bueno» y otros castellanismos).

Ya he comenzado, por cierto, a elaborar un primer glosario de mis 50 palabras o expresiones vascas favoritas. Ciertamente los significados los sabes o no los sabes, ya que no hay raíces que den pistas. Pero por contra me llama la atención el código fonético del idioma, claramente similar al castellano, de manera que la comprensión auditiva se me hará fácil. Viniendo como vengo del aprendizaje del sueco, esto es muy de agradecer. La fonética y entonación suecas son muy enrevesadas para un hispano, en mi caso además de natural auditivamente torpón.

(Cuánto lamento no tener oído musical. Nadie debiera elogiarme por tener talento de políglota. En todo caso sí por ser muy tenaz).

Ya por tierras de Toulouse he regresado a las emisoras francesas y me he encaprichado con France Culture; sus programas tienen mucha solidez y ya he incorporado la correspondiente aplicación a mi móvil y tableta. Ha sido un error histórico en mi vida vivir tan de espaldas a la formidable-y geográficamente próxima- cultura francesa. Me propongo reparar pronto este error.