Semanas atrás glosaba mi querencia por la sandía. A medida que el calor estival disminuye,mi paladar se vuelca hacia los deslumbrantes melocotones de huerta. Es un placer saborearlos, un regalo de la vida. Olerlos ya es un sublime placer para los sentidos.
Se me antoja imposible un mundo sin fruta, tierna, dulzona, en su punto. Por eso la fruta y los frutos son metáfora recurrente de textos y pensamientos. Dan cuerpo a la idea de la excelencia con la que la naturaleza nos privilegia.