Entre mis rituales figura llevar una vez al mes a mi madre a la peluquería, en el Ensanche barcelonés. Ejerzo de solícito chófer de puerta a puerta y disfruto de un intervalo libre de 50 minutos mientras Nina, una dinámica peluquera china, procede a las labores capilares que le han granjeado un fiel fondo de comercio en el barrio,
En esos 50 minutos sigo siempre el mismo ritual: me desplazo a Montjuïch pasando por Vilamarí/Avenida Mistral para saludar al edificio de la esquina donde vivían mis abuelos, subo por la calle Lleida (en mi niñez, Lérida), me sumerjo en el Poble Sec (en mi niñez, Pueblo Seco) y acabo indefectiblemente en la esplanada contigua al hotel Miramar. Durante 25 minutos me sumerjo en la contemplación de la ciudad, repaso algún diario sueco y respiro.
(La vida son rituales; sin ellos nada tendría sentido).