Mi madre, de niña, tenía un gato al que llamaron Mimifú. En un momento dado tuvieron que regalarlo. La criada de la casa lo aceptó. Años más tarde mi madre se enteró de que la criada a su vez había cedido el gato al circo que pasaba por la ciudad. Por unas monedas. Para alimento de las fieras.
(Esta inserción rinde homenaje póstumo a Mimifú, condenado por el destino a formar parte de la cadena alimentaria de felinos mayores que él).