Paso de una semana en Suecia a otra en la República Dominicana. Buen contraste.
Reverdezco así viejos laureles viajeros, cuando yo era un todo-terreno a la hora de tomar aviones a diestro y siniestro. Todo un campeón aeroespacial de la mano de la cadena RIU. Ellos se expandían. Yo también creía.
Aquella época ya pasó. También aquella etapa en que le cogí miedo al avión. Prueba superada. La fobia tan extrañamente como vino, tan extrañamente se fue. Vuelvo a disfrutar de volar.
(Excelente la modernización del Hotel El Embajador de Santo Domingo donde me alojo; realmente tengo un lujo de habitación que incluye bañera ante pantalla de televisión panorámica. No necesito estos detalles para ser feliz pero sé valorarlos. Como la sonrisa de los empleados. El tono risueño de la gente. la picardía de los taxistas. El inefable Bar Las Cotorras frente al magnífico jardín de este establecimiento de la cadena Barceló. Allí conversaba un día con el ilustre amigo Fredy Ginebra, que estos días se va de gira a Miami. Y, por supuesto, el recuerdo sempiterno al fallecido amigo Alfonso Dicenta, todo un trozo de la República Dominicana. Su muerte la encajé con un desgarro en el corazón. Le recuerdo tanto…)