Todos mis primerísimos recuerdos infantiles remiten a la figura de Antoni Gaudí: el parque Güell, la Sagrada Familia, el mundo de la arquitectura, la pasión por la naturaleza…
A su manera, mi padre era extremadamente gaudiniano. Muy creativo. Muy ocurrente. Con atisbos de brillantez. Pero al mismo tiempo, crónicamente indisciplinado. Incapaz de albergar la globalidad en su cabeza o de cumplir con los pasos marcados.
(He visitado este sábado la Casa Vicens, en la calle de las Carolinas de Gracia. Fue la primera casa diseñada y construida por Gaudí. Es una asombrosa opera prima, un tanto desfigurada por los cambios urbanísticos en la zona. Con todo, ilustra la alegría y genialidad del modernismo. Qué privilegio haber nacido en la ciudad escaparate mundial de esta corriente artística. Qué gran suerte ser barcelonés…)