Ayer (9-7-16) se cumplió el primer mes de la muerte de mi querido amigo Emilio Sol Bartolomé. Y sé lo que eso significa: que a partir de ahora se sucederán los aniversarios sin remisión y que llegará un momento en que su óbito será un recuerdo lejano. Es ley de vida que sea así.
Poco a poco me acostumbro a no almacenar consultas con destino al amigo fallecido. A no pensar en términos de tengo-que-preguntarle-esto. Queda el recuerdo de los muchos ratos compartidos y la conciencia de que no se van a repetir.
Ese poso de tristeza que queda ahí está. Con él hay que apechugar y confiar en que los buenos momentos por venir eclipsen la memoria triste por el ausente.
(Se me hará duro volver a Santiago de Compostela al igual que lo será en septiembre regresar a Santo Domingo sabedor de que allí ya no mora el entrañable Alfonso Dicenta, también fallecido pero bien vivo en mi memoria).