He ido a rendir pleitesía post mortem a Johan Cruyff esta gris tarde de lunes. En uno de los libros de condolencias en el Nou Camp le he agradecido su apuesta por el talento y la belleza.
No se me escapan, sin embargo, los claroscuros en la vida de Johann. Su querencia férrea por lo material. Sus inclinaciones de marimandón. El lado oscuro de algunos de sus proyectos sociales. A cada uno lo suyo. Pero sólo lo suyo.
Compruebo con pena que alguien ha tocado el silbato y los medios en tropel se apuntan a un homenaje de tintes desmedidos. Mi-papá-también-me-llevaba- al-estadio a ver los goles de Johann y forma parte de mi memoria sentimental. Y es ciertamente bonito ver homenaje institucional en torno a una figura transformadora. Pero me apena -e indigna- ver comentaristas entronizados, editorialmente curtidos y socialmente aclamados, apuntarse a los chorros de baba sin el mayor respeto por la verdad (y por lo tanto despreciando a sus audiencias). No es oro todo lo que reluce en la trayectoria de Cruyff y no corresponde a la prensa marcar el plan de relaciones públicas del finado.
Acaso ese periodismo bobalicón que derrocha deseo de protagonismo y ve las cosas como le conviene hiciera bien dando «un paso al lado»,ofreciendo un perfil más ecuánime de la figura del fútbol mundial que hace pocos días nos ha dejado.