Era de esperar. Pep Guardiola ha fichado por el Manchester City. De natural, no es el club al que estaba llamado a entrenar. A Pep le correspondía una gran institución deportiva: precisamente el club rival, el Manchester United. El Manchester City no tiene ese halo de grandeza, de romanticismo, de pedegrí futbolístico que tradicionalmente ha seducido a Pep. Sin embargo, Guardiola ha tirado esta vez del pragmatismo: va allá donde están sus amigos.
Para entender su salida del Bayern de Múnich cuando acabe la temporada hay que considerar las importantes diferencias culturales que han rodeado su trienio bávaro. Puertas afueras Pep no las confesará. No toca. Pero nadie abandona un club en que se encuentre a las mil maravillas. Pep ha remado contra corriente. Ha sido -como a él le gusta reconocer- contracultural. Y todo ello le ha deparado cansancio y ha alimentado ganas de cambio, a la vez que los conflictos acumulados con algunos jugadores de su plantilla.
Esto último a nadie ha de extrañar. Forma parte de la alta competición. Se compite al máximo y los roces están a la orden del día.
El reencuentro de Pep con Txiqui Beguiristain y Ferran Soriano, directivos del Manchester United, le provee de lo que más necesita: recursos financieros a mansalva para fichajes astronómicos y la complicidad latina de que nunca gozó en las tierras germánicas.