Mi hija primogénita se ha ido a vivir a la república báltica de Estonia y constata que la lavadora es rusa y en tal idioma lleva las instrucciones.
Me pide auxilio pero mi ruso es parco y está ya muy oxidado, como aquellas lavadoras longevas. Pero me alegro de su descubrimiento, de su dificultad, uno más de los miles de pequeños retos cotidianos que conlleva vivir en otro país. Educa, educa y educa.
(Por cierto, tengo pendiente una escapada a la vecina ciudad rusa de San Petersburgo; cuando de joven residí en Moscú todavía se llamaba Leningrado y pertenecía a la llamada Unión Soviética…)