Irrumpo en la biblioteca del Ateneo barcelonés con aquel ímpetu juvenil que ahora (cumplidos los 56) me sobreviene tan sólo de manera intermitente. Ese ímpetu que me llevaba (ahora menos) a querer entenderlo todo, leerlo todo, repensarlo todo.

Es grato comprobar que el wifi de la sala funciona a plena satisfacción, que hay gente pero no en exceso, que los libros están en su sitio y que el lugar se revela -un día más- como un inmenso espacio de confort.

Pero no puedo evadirme de mis rituales. Uno de ellos, ojear la portada del último ejemplar del semanario alemán «Der Spiegel»: cómo titulan, cómo la ilustran. Esta semana, con el contundente «Der Terror der Verlierer» (El terror de los perdedores, alusivo a los atentados yihadistas). Ritual cumplido. A medida mañana -tras mi ritual ingesta de café con leche- me sumergiré en sus páginas. Ahora-primero- toca atender las prioridades del día (lenguaje que suena responsable de quien en realidad una mente altamente dispersa alberga).

(Resuena en mis auriculares el flujo continuo de informaciones de la B5 Aktuell BR, el quinto canal de la radio bávara, formato todo noticias non-stop. Los resultados de las elecciones griegas abren los boletines).