El pasado jueves tenía que impartir un seminario ante una multinacional escandinava en Barcelona. Son las 7 y media de la mañana (horario bien nórdico) y la parada del autobús 41 en la calle Rocafort está desierta. ¡Debe de haber pasado recientemente! Y mal momento para coger un taxi en una Barcelona todavía estival…¡Voy a llegar tarde!
Son de esos momentos en que maldices tu suerte. Craso error. Mientras me lamentaba, surge el morro de un autobús 41 por la vecina calle Córcega. ¡Milagro! Rápida carrera, lo tomo y llego con puntualidad escandinava a mi céntrico destino.
Durante el trayecto le di vueltas a la famosa frase: «La esperanza es lo último que se pierde».
(Sí, sí, hay que confiar. Especialmente en los momentos de zozobra. Porque el autobús 41 puede estar a la vuelta de la esquina).