Esto es lo que hay

Miguel Ángel Violán

Algunos recuerdos más

Son bien curiosos los mecanismos de la memoria: tiras de un hilo y empiezan a salir unos cuantos más.

Esto mismo me ocurre recordando las experiencias compartidas con Juli Bou Gibert: un recuerdo lleva a otro, incluso a vivencias que estaban profundamente dormidas y que ahora despiertan…

-A mí me hubiera gustado regentar una ferretería.

No podía creérmerlo. Uno de los hombres más influyente de la prensa del corazón se me confesaba ferretero frustrado. Sorpresas da la vida. Pero tal afirmación era harto creíble. Juli Bou tenía un orden prodigioso en su despacho. Constantemente iba y venía de un gran armario de donde sacaba carpetas mimosamente apiladas. Pequeñas etiquetas rotuladas con trazo breve pero preciso mostraban con palabras clave los contenidos. Rara vez se le perdía un papel. Y su memoria era además prodigiosa. Hubiera sido un gran ferretero.

En estos menesteres de la buena memoria se le notaba harto bregado. Cuando tenía que rememorar sucesos de muchos años atrás, cerraba un ojo e inclinaba la cabeza. Era una postura muy divertida y al mismo tiempo henchida de espontaneidad.

Siempre me llamó la atención la firmeza con que atendía el teléfono. Su inicial «¡Dígame!» sonaba siempre brioso. Imponía. Lo utilizaba aunque él supiera de antemano con quien se las vería después y entonces procedía a un espectacular quiebro de voz. Tenía la semicarcajada siempre preparada y se notaba a todas luces que se lo pasaba bien con su trabajo. Sólo así puede entenderse además la cantidad de horas que dedicaba, fueran días laborables o festivos. Llegué a hablar con él por teléfono a las horas más intempestivas.

-En esta profesión tienes que ser humilde porque nunca lo sabes todo.

Es también una de las máximas que me «inoculó». Y me pareció extremadamente sincero desde el primer momento. Nunca noté en Juli un momento de jactancia ante los méritos propios o de desprecio ante los logros ajenos. Al contrario: era dado a admirar los méritos de terceros y a lo sumo se despachaba con un «podrits!» (en catalán, «¡podridos!»)cuando alguien le había tomado la delantera. Pero era una interjección bondadosa. Raramente le vi enfadado. Muy pocas veces. Y eso resultaba balsámico. Trabajar con él era agradable, si bien uno debía tener cintura para adaptarse a los muchos cambios de órdenes que emanaban de una mente siempre atenta a los giros de la actualidad y la forja constante de nuevas ideas y combinaciones. No paraba de construir y reconstruir. Y consultarle un titular, era siempre tener acceso a una lección de periodismo. Evitaba por ejemplo la palabra «cáncer».

-¿Por qué tenemos que espantar a la gente?-me explicaba con más razón que un santo.

Pensaba siempre en los demás. No hacía la revista para él, La hacía para su público. Conocerlo y respetarlo formaba parte de sus principios básicos. A su manera, me enseñó la más bella lección de marketing que pudiera imaginarse. Mi visión del periodismo cambió. Y me percaté de lo fatuo de muchos criterios de profesionales coetáneos siempre deseosos de imponer a sus audiencias lo que debían pensar.

De cáncer, por cierto, murió la madre de Juli. Fue también un verano, posiblemente un mes de julio. En la calle Ganduxer de Barcelona. Días después no sabía cómo darle el pésame. Entre en su despacho y balbucí algo..

Me detuvo en seco y me agradeció mucho que hubiera asistido a la ceremonia. Y acto seguido, activó una de sus muecas más graciosas y me espetó:

-¡Qué largo se hizo el funeral con el calor que hacía…!

Era genial cómo podía desdramatizar las situaciones con un comentario tan auténtico y tan humano. Se había puesto en la piel de la gente. Se abstuvo de rememorar las virtudes de su madre o dedicarse a un monólogo autocompasivo.

Juli Bou Gibert era un hombre diferente. Me di cuenta de que tenía un rico mundo interior, a prueba de calamidades. Un espacio propio al que agarrarse, un visión esperanzada de la vida, de tránsito a una vida mucho mejor. Un tiempo más tarde tuvo la gentileza de dejarme con su coche en la calle Párroco Ubach, donde yo vivía (él se dirigía a su domicilio en Doctor Roux, en Tres Torres) y observé que tenía la guantera llena de cassettes de música sacra. Me dijo que Telemann era su favorito.

Nunca olvidé ese detalle. De vez en cuando acudo a YouTube y escucho piezas de Telemnann rememorando el coche de Juli.

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Miguel Ángel Violán

Miguel Ángel Violán, Barcelonés. Periodista y escritor. Formador de comunicadores con millares de ex alumnos repartidos por toda España y Latinoamérica. Es doctorando en oratoria y conferenciante.

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