Esto es lo que hay

Miguel Ángel Violán

Mis memorias sobre Juli Bou

Pocas veces he visto tanta gente junta en una misa de entierro. A pesar de ser la fiesta de Sant Joan con amplia diáspora de barceloneses, la sala principal del tanatorio de San Gervasio estaba abarrotada de público. Eran muchos los que querían despedir al periodista Juli Bou Gibert, fallecido a los 84 años tras una larga enfermedad.

Yo estaba entre ellos. Y estas líneas son un homenaje a su memoria, con la esperanza de que las lean su amplia legión de amigos, admiradores, familiares y -cómo no- su prolífico ejército de paz: los 22 nietos que tuvieron en Juli y Consol los mejores abuelos del mundo.

Dato poco recordado en las últimas horas, Juli Bou (innovador donde los haya) puso de moda el género de las memorias en los años ochenta. A él hay que atribuirle el lanzamiento de las memorias de Sara Montiel, que supuso un crecimiento espectacular para la revista «Lecturas» que dirigía con mano precozmente experta desde los años cincuenta.

Por eso voy a utilizar el género memorialístico para recordarle. Situaciones que me vienen a la memoria y que quiero compartir con quien buenamente se pase por este blog.

*Mi primer recuerdo de Julio Bou se remonta al año 1977 o quizá 1978, calle Rosellón de Barcelona, junto a Urgel, frente a la Escuela Industrial. Posiblemente era un primer piso. Era la redacción de varias revistas y allí fui a ver (eventualmente a entregar unos apuntes o algo por el estilo) a mi compañero de promoción en la Facultad de Periodismo Oriol Pugés, a quien hoy saludé precisamente en el funeral.

Oriol daba sus primeros pasos en la empresa familiar, que gravitaba en torno a dos grandes publicaciones: «El Hogar y la Moda» y «Lecturas». Por tal razón el grupo se llamaba HYMSA, acrónimo de la primera y de la que la segunda nació como suplemento que adquirió vida propia y se convirtió -me orgullece decirlo- en una escuela de periodismo a la vez que la gallina de los huevos de oro para el grupo empresarial. Se ganó mucho dinero y los trabajadores de aquella empresa familiar disfrutaron de excelentes condiciones salariales.

De aquella primera visita a la calle Rosellón sólo recuerdo a un señor alto y enjuto, que negociaba enérgicamente teléfono en mano. Era Juli Bou Gibert. Yo sencillamente pasaba por allí. Debía tener 18 años. Y pensé cuán afortunado era Oriol de poder iniciarse en una redacción, mi sueño de entonces. Pero el sueño se cumpliría en mi caso unos años más tarde.

*En 1982 yo ya había concluido la carrera de Periodismo y afrontaba las últimas asignaturas de la licenciatura de Derecho. Trabajaba a media jornada en el recién creado Departament de Justicia de la Generalitat, de la mano del conseller Agustí Maria Bassols i Parés. Entre su equipo se contaba la actual presidenta del Parlament de Catalunya, Núria de Gispert, el secretario técnico Ignasi Joaniquet i Sirvent y un joven Carlos Losada Marrodán que años más se tarde se convertiría en el director general de ESADE.

Mi retribución era más bien modesta pero mi trabajo, fascinante: la creación y dirección de la oficina de prensa. Convencido de la importancia de pluriemplearme, fui a para al número 28 de la calle Aribau, nueva sede de Hymsa, para ofrecer mis servicios como colaborador. Recuerdo que mi apreciado compañero de promoción Joan Canal abrió alguna puerta. Por otro lado, allí conocí a una persona de exquisito trato, secretaria de redacción entonces de «El Hogar y la Moda»: Catalina Vidal Serra, futura directora de «Lecturas». Gracias a su amable mediación publiqué un reportaje sobre la práctica del taekwondo a cargo de féminas, reportaje realizado en el gimnasio «Augusta» (Via Augusta frente a Aribau), que yo frecuentaba por entonces. Una traumática lesión en el ligamento externo del tobillo derecho justo el 23-F de la intervención de RUMASA por el ministro Boyer me apartó de la práctica de dicha disciplina deportiva, a la sazón con cinturón verde.

El caso es que inicié mis contactos con Hymsa, que propiciaron que una tarde Joan Canal me organizase un encuentro con el señor Bou. Nunca se lo agradeceré lo suficiente. Aquella tarde cambió mi vida.

El señor Bou era jovial y risueño. Tenía una energía fuera de lo común y desprendía una gran bondad natural. Pero al mismo tiempo era dinámico y estricto, lo que en catalán llamamos «anar per feina». Me espetó sin ambages:

-¿Tú qué sabes hacer?

Y tras escuchar compasivamente mis balbuceos (yo por entonces de marketing personal no sabía nada de nada, pero en eso radicaba mi principal encanto), me espetó:

-Haz un refrito de estos textos y tráemelo. ¿Cuánto quieres cobrar?

No sé que me anonadó más: si el encargo inesperado o la pregunta del cobro. Al ver mi azoramiento, en seco repuso:

-En la vida quien paga siempre piensa que paga más de lo que debiera; y el que cobra, que cobra menos de lo que le corresponde. Por eso las cosas hay siempre que pactarlas primero y luego cumplirlas.

Acto seguido anotó «una hoja = 1.500 pesetas» y sellamos el acuerdo.

Nunca olvidaré el trazo azul y firme de su pluma. La belleza y resolución de ese garabato perfecto y preciso.

Me dio tres días para entregárselo. Pero a la mañana siguiente ya lo tenía encima de su mesa. Ese detalle de diligencia le gustó. Era el inicio de una bella cooperación.

Unos días más tarde se despeñaba la princesa Grace de Mónaco y me encargaba refritos de su vida en base a lo que publicaba la prensa extranjera. Yo la recogía directamente de sus manos y a veces la misma noche ya lo tenía todo escrito y entregado en el buzón de correo que la empresa disponía en los bajos del edificio.

A la precisión de las condiciones se unía el pago ultrapuntual de las facturas que yo iba emitiendo. Había un señorio y una elegancia en los pagos que constituía un contrapunto balsámico tras las vicisitudes que yo ya había padecido en otras empresas periodísticas, singularmente en el Grupo Mundo del empresario Sebastián Auger.

Hasta que un día en Juli descubrió que aparte de inglés y francés, yo tenía conocimientos básicos de alemán. Se dispararon entonces los encargos de textos y me convertí en un especialista en saber las vicisitudes del principado de Mónaco y las depresiones del príncipe alemán Claus consorte de la reina Beatriz de Holanda.

Regularmente me reunía con Juli Bou en su despacho, él marcaba intuitivamente las informaciones con rotulador, yo le traducía título y entradilla y acto seguido el procedía a encargarme la traducción, en función de si la noticia había llegado o no a España (en aquella época no había Internet). Me consta que algunos temas de portada nacieron de esas reuniones para filtrar los temas de revistas que para mí eran desconocidas y pronto pasaron a ser muy familiares: «Bunte», «Frau im Spiegel», «Das Goldene Blatt» y tantas y tantas otras.

Pero por encima de todo se fraguó una admiración por Juli Bou Gibert, su providencial sentido de lo periodístico, su entrega y dedicación, su respeto a la palabra dada a la vez que su gran capacidad negociadora, especialmente por teléfono.

Era un hombre de grandes sentimientos, hondo, muy creyente, pero de una manera íntima, humilde. Y cuanto él me enseñó sentaron las bases de mi credo periodístico centrado en una piedra angular: el interés humano. Satisfacer la curiosidad de las personas. Servirlas.

También recuerdo intensamente aquellas confesiones que me hacía entre recorte y recorte de prensa alemana:

«-Lo más importante son siempre las personas».

He intentado seguir esta directriz. Bien seguro que no siempre lo he conseguido. Y si durante mis años como redactor-jefe y subdirector de medios he recibido siempre hasta el último mono que llamaba a mi puerta pidiendo una oportunidad, es porque siempre he recordado que Juli hizo exactamente lo mismo conmigo.

(Posiblemente también con muchos de los que hoy abarrotaban la misa).

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Miguel Ángel Violán

Miguel Ángel Violán, Barcelonés. Periodista y escritor. Formador de comunicadores con millares de ex alumnos repartidos por toda España y Latinoamérica. Es doctorando en oratoria y conferenciante.

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