Gran victoria la de anoche. Tardía, eso sí. Pasado incluso el tiempo de descuento. Con los jugadores del Chelsea celebrando ya sobre la hierba del Nou Camp su pase a la final de Champions en Munich. Mientras tanto, griterío culé y ovación a su equipo. Lo nunca visto. Un cambio de dimensión antropológica: el sentimiento de reconocimiento superaba al de tristeza por la eliminatoria ida de las manos en una noche infausta.
Dice sabiamente el psicólogo y amigo Antoni Bolinches que los momentos buenos son para disfrutar y los malos (como el de anoche) para madurar.
Y en eso justamente el colectivo culé dio un paso de gigante. Mayor probablemente que un nuevo título de Champion.
No engrosará la cuenta de títulos ni lucirá en el Museo del club. Pero es un trofeo en forma de inflexión. Un atisbo de posibilidad de cambio positivo en el ADN azulgrana.
Por un momento, anoche, desde la grada, vitoreando la derrota del equipo propio sentí la presencia del difunto psiquiatra Viktor Frankl en el estadio: aplicando su gran legado, no podemos evitar ser eliminados pero nos queda la libertad de decidir cómo reaccionar ante ello: gran victoria pues la de anoche.
