Regreso de una formidable semana en la isla de Mallorca. Grandes días de luz y mar arrebatador, salutación a personas queridas y esas cosas. Pero con un contrapunto triste: me informan de la muerte tras grave enfermedad de mi ex colega en la cadena RIU Pedro Ferrando.

Conocí a Pedro Ferrando una soleada tarde en el inconmensurable Riu Palace Tres Islas de Fuerteventura. Le encontré inmerso en una comida tardía con ilustres invitados de la isla. Me invitó a unirme al grupo y lanzó una ceremoniosa profecía:

-Señor Violán, va a probar las mejores gambas al ajillo que jamás haya comido.

Y así fue. Las gambas estaban exquisitas pero el aderezo fue lo más sensacional: la cortesía extrema con que Pedro me las sirvió.

-«Quintaesencia RIU»- debí de pensar para mis adentros.

Si el objetivo era seducirme, Pedro Ferrando lo consiguió de largo.

Es la de don Pedro y las gambas al ajillo una anécdota que suelo explicar en las escuelas de hostelería donde imparto: cómo manjares y buen servicio sosiegan al espíritu más levantisco.

Recuerdo posteriores encuentros con Pedro Ferrando en Riu Bravo y Riu Palace Bonanza en Mallorca y algunas llamadas telefónicas desde Túnez para departir sobre visitas de periodistas.

Pedro Ferrando era un maestro en el arte de hablar con retintín. Sus prédicas telefónicas eran sublimes. Tenía la solemnidad de un prior y la causticidad de los comentarios de Martes y Trece de los mejores tiempos.

Don Pedro era un anfitrión genial, un interlocutor que me alegró muchas jornadas y un observador impenitente del mundo hotelero.

Me entristece saber de su grave enfermedad y fallecimiento. Le recuerdo con simpatía. Como a tantos pesos pesados de la dirección hotelera forjados en la factoría RIU.

Mi simpatía y reconocimiento para todos ellos.