Dos ‘couch potato’ llamados Carlos Boyero y Enric González

Dos 'couch potato' llamados Carlos Boyero y Enric González

La expresión inglesa ‘couch potato’ describe a aquellos que se pasan el día tirados en el sofá viendo la tele. Desde este domingo, El País nos ofrece dos nuevas columnas de opinión sobre televisión, ‘Cosas de dos’, para hablar de la vida a partir de lo que ven en televisión Enric González y Carlos Boyero.

El primero se encargará, de lunes a viernes, de diseccionar la programación y todo lo que en
ella encuentre para reflexionar sobre lo divino y lo humano.

Carlos Boyero le cogerá el relevo los sábados y domingos (como excepción, debutó el domingo González).

Así describe El País a los dos periodistas:

Enric González (Barcelona, 1959) trabaja en El País desde 1986. Antes había colaborado con varios periódicos catalanes y después completó una brillante carrera periodística como corresponsal en Londres, París, Nueva York, Washington y Roma. Es autor de varios libros fruto de sus experiencias por medio mundo.

Carlos Boyero (Salamanca, 1953) es crítico de cine en El País y tiene en su haber una dilatada carrera como periodista de mil asuntos, también en radio y televisión. Colabora habitualmente con la Cadena Ser y con Canal +. Es uno de los más influyentes columnistas actuales. Su mordacidad y sinceridad es tan temida y como admirada.

De Boyero obvian que emigró de El Mundo al diario de Prisa porque no aguantaba las manías de Pedrojota, tras muchos años siendo su crítico de cine.

Por su interés y novedad, reproducimos a continuación la primera crónica de Enric González publicada este domingo en El País:

Cosa de dos

Hijos

ENRIC GONZÁLEZ

El monólogo es un género delicado, de gran fragilidad. No debe confundirse con el soliloquio,
que consiente cualquier rudeza o extravío porque no se dirige, en teoría, a nadie: la persona
habla para sí misma, extraviada en los meandros de su pensamiento. Con el monólogo, en cambio, se apela a un oyente silencioso. Se le invoca, se le explica, se le exige, sin contar la guía de sus respuestas. El monologuista debe, en cierta forma, introducirse en la mente de quien escucha.

En su forma más elemental, el monólogo puede asumir la forma de una arenga. Un ejemplo,
Napoleón en Egipto, antes de la batalla contra los mamelucos: “Soldados, desde estas pirámides
40 siglos os contemplan”.

Puede ser también discurso político, con el ánimo de convencer o manipular a las masas. Es célebre el que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio, en Julio César: “Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo”.

A veces es a un tiempo arenga, discurso político y lección moral, y alcanza su calidad
más elevada. En ese caso, cada palabra cuenta. Basta un error, un término falso, un sonido impostado, y el edificio verbal se viene abajo. Hace falta un perfecto equilibrio.

No es frecuente contemplar en televisión un monólogo de calidad. Cuando ocurre, el resto
de la emisión se desdibuja: ruidos grabados, imágenes electrónicas, simple rutina industrial.
Ayer se produjo uno de esos raros momentos.

El monólogo de Sandra, hija mayor de Isaías Carrasco, asesinado por ETA, fue una muestra
de claridad, concisión, rigor y altura moral. Agradecimiento, recuerdo y mensaje, sin una letra superflua.

Personalmente, admiro las piezas oratorias breves y tersas, de alcance universal. El
monólogo de Sandra tenía el respiro enjuto del verso octosílabo y desembocaba, como exige
el canon, en una frase esencial, un pie quebrado solemne: “Son unos hijos de puta”. Impecable.

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