Reputación

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Me dio la sospechosa sensación de que Manuel Campo Vidal entraba a calzador, casi obligado, en la Presidencia de la Academia. El periodista presentó su candidatura al límite del plazo. Unas semanas después, el nuevo Presidente de la Academia, concede una entrevista al diario EL PAÍS y declara: “Hay que devolver a la televisión el prestigio que tuvo”.

Viendo esta tarde el espacio ‘En Antena’,donde se volvía a destapar un tema morboso para convertirlo en show, me ha parecido que la labor de Campo Vidal va a ser difícil, que su intención no es clara y que debería mojarse más. Quisiera que nos hiciera creer que su trabajo merece la pena.

¿Serán los contenidos de las televisiones privadas competencia de la Academia de la televisión, de las asociaciones de telespectadores, del Gobierno o de los índices de audiencia?

Son los anunciantes los que deciden sobre los contenidos que ofrecen las televisiones (incluida la pública). En resumen, es Don Dinero el que hace que la tele decaiga en prestigio.

La opinión de la calle es que no hay una buena televisión. Le preguntan a Campo Vidal en la entrevista si la tele podría estar a la altura del cine. Y contesta:

“Da la sensación de que el cine es creatividad y la televisión es algo de andar por casa, cuando existen extraordinarias series de ficción que están por encima de muchas películas que se presentan como si fueran obras de artes excepcionales. Queremos, podemos y debemos estar a la altura del cine en el reconocimiento social y en la consideración de los poderes públicos”.

Si algo le falla al cine, español, es la falta de buenas ideas en sus guiones y su escaso interés por apostar por ellas. Pero la tele, aún en esto, va peor. Se salvan pequeñas perlitas, como el especial 50 años de la TV que está programando La Sexta, algún late night (Buenafuente, Noche Hache) y el magnífico programa de Wyoming, El Intermedio, que es lo mejor que ha hecho últimamente el showman.

A uno le cuesta encontrar algo en televisión que merezca la pena. Al cine se le dedica un tiempo de preparación, el espectador se informa de la cartelera y elige. Las parrillas, y desde que no van adelantadas con 11 días de antelación en los medios, no suponen una guía fiable para el espectador. Mientras que la tele vomita contenidos, el cine los mima.

Si nadie puede frenar los contenidos clónicos de las cadenas por temor a que se les tache de censuradores, lo mejor sería llevarlos hasta sus máximas consecuencias. Se necesita un asesinato en directo, no maquinas de la verdad sino sillas eléctricas, periodistas que no griten a sus invitados sino que los peguen, los escupan y los caguen.

Una buena señal de que estamos en el principio del fin podría llegar cuando resulte un coñazo escuchar contar cómo se drogaba Carmina Ordóñez y sólo interese ver a sus amigos tomándose unas filas encima de su tumba.

Quizá entonces alguien con poder aún se sorprenda y decida actuar no sólo por cuestiones de prestigio.

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