Para desenmascarar la publicidad opaca y saber más sobre el etiquetado de los alimentos más polémicos

Se estima que una de cada dos personas tiene algún tipo de intolerancia alimentaria y la mayoría no lo sabe. La gran mayoría de consumidores europeos están dispuestos incluso a pagar más por productos beneficiosos para su salud, un hecho que explica el esfuerzo de las industrias alimentarias para promocionar sus productos en esta misma línea.Mas, en este contexto, los expertos del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO) alertan de las falsas expectativas creadas por la publicidad de algunos alimentos e instan al consumidor a que se guíe sólo por el valor nutricional descrito en el etiquetado, la composición y los ingredientes.

De este modo, los expertos del IMEO nos alertan sobre las falsas expectativas creadas por la publicidad de algunos productos alimenticios e instan al consumidor a que se guíe no por el valor publicitario destacado en primera plana del envase, sino por el valor nutricional descrito en el etiquetado, la composición y los ingredientes.Se estima, este y otros datos que aquí se incluyen según fuentes fiables documentadas y diferenciadas por el IMEO, que una de cada dos personas tiene algún tipo de intolerancia alimentaria y que la mayoría no lo sabe. Y la verdad es que saber la composición de cada producto ayuda a lidiar con la intolerancia al gluten, la lactosa, la fructosa, la sacarosa y a los aditivos alimentarios utilizados para realzar sabores.

Otro de los datos de interés es que ocho de cada diez consumidores europeos están dispuestos a pagar más por productos beneficiosos para su salud. Como decíamos al inicio, esto explica, en parte, el esfuerzo de las industrias alimentarias para proporcionar publicidad en esta misma línea. Tener una alimentación adecuada y un estilo de vida activo son las claves para gozar de una buena salud. Una tarea nada fácil, teniendo en cuenta la naturaleza de los nuevos alimentos que abundan en ingredientes y compuestos químicos y que, al fin y al cabo, son nuestro pan de cada día. En España la falta de una normativa clara que regule la publicidad de productos con perfiles nutricionales inadecuados no se da sólo en aquellos destinados a adultos, sino también en los destinados a los menores, denuncian los expertos en nutrición del IMEO. Por esta razón reclaman más conciencia por parte de los fabricantes de productos alimenticios en la promoción de ciertos grupos –light; bajos en grasa, sal o azúcares; enriquecidos con vitaminas y minerales; naturales o de elaboración casera; integrales o los que contienen aceites vegetales–, debido a que a menudo se recomiendan como saludables o para perder peso.

«Muchas veces caemos en las trampas del marketing y compramos un producto alimenticio porque damos fe al valor publicitario, que es más subjetivo, y no al nutricional, que es el valor real, descrito en el etiquetado y que afecta a nuestra salud», señala Rubén Bravo, experto en nutrición y portavoz del IMEO. A la hora de hacer la compra semanal, con las prisas y la larga lista de productos que debemos colocar en la cesta, no se presta suficiente atención a la composición y a los ingredientes. A menudo nos dejamos llevar por la imagen atractiva del envase y ofertas del tipo «dos por uno» o «la segunda unidad al 70 %», sin comprobar el aporte calórico, la cantidad de grasas y azúcares o los porcentajes y tipos de aceites vegetales que contiene un producto.

Cuando se anuncian alimentos con supuestos valores nutricionales las industrias siempre están bien cubiertas en un marco legal que se lo permite. Sin embargo, desde el punto de vista ético, muchas veces son confusos, sesgados y diseñados a conveniencia para abaratar costes y crear adicciones, por lo que parece esencial educar nutricionalmente al consumidor. Con el fin de orientarnos rápidamente en el etiquetado, los expertos del IMEO ofrecen algunos consejos prácticos y ejemplos de productos alimentarios que utilizan publicidad opaca creando falsas expectativas lejos de la realidad.

«Un producto light es aquel que aporta, al menos, un 30 % de Kcalorías menos que sus similares», subraya Carmen Escalada, nutricionista clínica del IMEO, «pero no nos asegura un bajo aporte calórico y si se toma en cantidades puede elevar el riesgo a ganar peso».

Otro recurso muy utilizado por la industria para convencernos que podemos tomar ampliamente sus productos y adelgazar es el empleo de los términos “bajo en grasas” o “sin azúcares añadidos”. Que un producto lleve uno de estos eslóganes no nos garantiza un bajo aporte calórico, debido al gran efecto que tienen sobre el sabor, muchos productos a los que se les han reducido las grasas llevan más azúcares y viceversa. Un ejemplo: los quesos light para untar, elaborados con nata de leche de vaca, tienen 11,5 gramos de grasa de los cuales más de la mitad tienen que ser saturadas, ya que la grasa de la leche es saturada por naturaleza.
Otros productos, especialmente refrescos o yogures, en los que se ha sustituido el azúcar por edulcorantes para que sean light, no ayudan a bajar de peso y, además, muestran otros efectos perjudiciales para la salud, como aumento de la tensión arterial o diabetes.

Veamos igualmente que ciertos productos enriquecidos con vitaminas y minerales contienen otros extras no tan saludables. En muchas ocasiones, la publicidad de los productos alimenticios utiliza una determinada característica del mismo, como puede ser una suplementación en vitaminas o minerales, considerada por la gran parte de los consumidores como algo beneficioso, para ocultar otra que no lo sea tanto, como aceite de palma, azúcar o edulcorantes, conservantes, colorantes, etc. Uno de los mejores ejemplos a este respecto son las papillas de cereales para bebés. La gran mayoría de ellas llevan el azúcar como ingrediente principal y, por tanto, en altas cantidades. En muchas ocasiones las venden como «sin azúcar», ya que sustituyen esta por cereales hidrolizados. «Estos no son más que los hidratos de carbono de cadena larga rotos en otros simples y, por tanto, más dulces», apunta la nutricionista del IMEO. Además, el aporte de vitaminas o minerales que publicitan como destacado, en la mayoría de los casos no supera el de los cereales normales o al hecho de preparar nosotros mismos la papilla. Otro ejemplo son los zumos multivitamínicos que suelen llevar elevadísimas cantidades de azúcar, de modo que es más conveniente tomar fruta entera. Algunos productos de bollería industrial también se anuncian como fuente principal de vitaminas y minerales, ocultando otros ingredientes no tan beneficiosos como la grasa de palma o el azúcar. Vemos un ejemplo en la publicidad de unas conocidas barritas de cereales que destacan el contenido de zinc y vitamina D en primera plana del envase y dejan para la parte de atrás el alto contenido en azúcares sencillos (15%).

Por otro lado, los derivados (pan, pasta) de cereales integrales son más recomendables que los refinados que aportan menos fibra, vitaminas y minerales. Además, los cereales integrales nos sacian más y no elevan tan bruscamente los niveles de azúcar en sangre. En España, si un producto aporta 3 gramos de fibra ya puede ser anunciado como “fuente de fibra” y, si supera los 6 gramos, como “alto contenido en fibra”. Sin embargo, esto no garantiza que el producto sea integral, ya que se le puede haber añadido posteriormente la fibra en forma de salvado. Para asegurarnos de que así sea, debemos leer detenidamente la lista de ingredientes. En ella, debe aparecer la harina o sémola integral o de grano entero como primer ingrediente. En cualquier otro caso no estaremos frente a un alimento integral.

A continuación nos explican desde el IMEO qué significa que un producto es “bajo en…”. En muchos casos, al ver un producto etiquetado como “bajo en…” lo catalogamos enseguida como adelgazante o sano, cuando no siempre es así. Para evitar caer en este error hay que entender cuándo la industria puede utilizar estos rótulos:

• Light: presenta al menos un 30 % menos de Kcal que sus homólogos. Por tanto, que un producto sea etiquetado como light no significa que no tenga muchas calorías, sino simplemente que tiene menos que sus iguales.
• Bajo en calorías: presenta un máximo de 40 Kcal por 100 gr.
• Bajo en grasas: se puede emplear para aquellos productos que tienen menos de 3 gramos de grasas por cada 100 gramos de producto.
• Libre de grasas: sirve para aquellos productos con menos de 0,5 gramos de grasa por cada 100 gramos. Con respecto a estos dos últimos, no sólo hay que fijarnos en la cantidad total de grasas que tenga, sino en la calidad de las mismas para que sea saludable. Por ejemplo, el aceite de oliva virgen extra no es bajo en grasa, pero tiene muchas ventajas a nivel cardiovascular.
• Bajo en azúcares: indica que el producto contiene menos de 5 gramos de azúcar por cada 100 gramos.
• Sin azúcares añadidos: indica que a lo largo de la elaboración de un producto no se le han añadido azúcares extra, pero no significa que no los lleve naturalmente. El ejemplo más claro son los zumos o mermeladas sin azúcares añadidos, ya que los tienen de manera natural en la fruta con la que se han elaborado.

• Bajo en sal: los productos que pueden llevar esta mención son los que presentan menos de 0,12 gramos de sodio por cada 100 gramos. Suelen ser de gran utilidad para las personas con problemas de hipertensión arterial, pero se tendrá que ver de nuevo no solo este nutriente aislado, sino la composición global del producto.
«En ningún caso el etiquetado puede atribuir al alimento efectos o propiedades que no posee, ni tampoco insinuar que tiene características propias especiales como, por ejemplo, anunciar que una leche entera no lleva gluten cuando, por naturaleza, las leches no tienen gluten», anota Carmen Escalada. No sólo debemos fijarnos en estas declaraciones, sino además en la lista total de ingredientes y las raciones de consumo ya que nos darán una idea mucho más real de si el alimento es o no saludable.

Por otro lado, suele haber mucha especulación con los productos «naturales» y de elaboración casera. Es un término frecuentemente utilizado en caldos, gazpachos y conservas, debido a la creencia de que un producto elaborado en casa es más saludable que el que se elabora de manera industrial. Pero para que un producto pueda ser etiquetado como de “elaboración casera” tiene que haber sido fabricado de una manera artesanal comprobada. Lo podemos ver en la lista de ingredientes (deben ser de calidad, en su estado más natural y sometidos a una rigurosa selección), los procesos de elaboración (deben llevarse a cabo de la manera más natural posible, sin ser acelerados física o químicamente) y cuando, además, es libre de aditivos o de tenerlos son muy limitados.

En muchos casos se utiliza con el mismo fin el término “natural”. Puede hacerse cuando el producto al que nos referimos no haya sido sometido a algún proceso que modifique las características físico-químicas autorizadas y reconocidas. Un ejemplo de publicidad que crea falsas expectativas sería una tarta de manzana “natural”, presente en el mercado, que incluye todo tipo de conservantes y saborizantes y tan solo un 35 % de manzana.

Que un producto sea natural no nos asegura que su salubridad sea mayor. Por ejemplo, las conservas caseras no hechas de manera adecuada pueden dar lugar a un brote de botulismo o intoxicación producida por la ingesta de alimentos mal conservados. Las setas venenosas son completamente naturales, pero no por eso buenas. «Por tanto, es mejor ir más allá de fijarnos en una sencilla declaración y valorar el producto global teniendo en cuenta la lista de ingredientes completa que ha de ser, eso sí como en casa, cuando más breve mejor», resume Escalada.

Hablaremos ahora sobre los productos que destacan el aceite de oliva, pero abundan en otras grasas vegetales. El problema en este sentido viene cuando la industria emplea para la lista de ingredientes de un producto dado términos como “aceites o grasas vegetales” para hacer pensar al consumidor que estas son saludables, cuando en realidad no siempre lo son. Debido a que son innumerables los productos alimenticios que incluyen grasas o aceites en su composición (snacks, salsas, galletas, precocinados, helados, crema de cacao), la nutricionista del IMEO recomienda leer bien las etiquetas para conocer si los productos son o no saludables.

En general, el consumidor debe evitar aquellos productos cuyo etiquetado no especifique qué tipo de grasa lleva (aceite de oliva, de girasol, mantequilla) y en cambio sólo aparezca el término grasas vegetales. «En este último caso casi seguro que se trata de grasas poco saludables, como el aceite de palma o coco», apunta Escalada. Además, en el caso de las grasas, esta trampa de marketing se da muy a menudo con otros ingredientes de los que es sabido que van a aumentar las ventas del producto que los contiene. Por ello, muchas veces son destacados en los envases, aunque su presencia real sea mínima.

Veamos la diferencia entre productos frescos y enlatados. A la hora de elegir un alimento, por ejemplo ,entre un pescado fresco o enlatado, siempre debería ganar el primero, tanto por calidad nutricional, como por su sabor. Sin embargo, si se eligen bien, las latas pueden tener cabida perfectamente en una alimentación saludable. Por ello nos tenemos que fijar en los siguientes aspectos de la etiqueta de las latas:

• Nutrientes: su presencia en las latas suele ser menor que en los productos frescos, pero hay que tener en cuenta que ellos también pierden como consecuencia del cocinado.

• Sal: es el principal problema de los enlatados,ya que al utilizarse como conservante y potenciador del sabor aparece en mayor concentración en las latas.

• Fuentes de grasas: debemos huir de aquellas en las que aparezcan expresiones como “grasas o aceites vegetales” y decantarnos por las que incluyan aceite de oliva virgen extra.

Una vez abierta la lata, deberíamos guardar el contenido que no se ha utilizado en refrigeración en un envase de cristal. No se deben comprar latas que contengan abolladuras o golpes y bajo ningún concepto ingerir latas hinchadas.

En relación con los productos hipercalóricos publicitados dentro de una dieta saludable para «consumo ocasional», a menudo observamos que algunos productos hipercalóricos, como bolsas de patatas chips o productos con crema de cacao, se definen como una buena opción para “consumo ocasional”, apareciendo en la parte superior de la pirámide nutricional de los alimentos. Creer que hay que comer de todo pero con moderación es un gran error, afirma la nutricionista clínica del IMEO, y desde luego no se refiere a productos ultraprecesados que suelen presentar altas concentraciones de sal, azúcares refinados, grasas saturadas o trans, aportando muchas calorías en poco volumen. «No son ideales, ni siquiera con moderación, en el marco de una alimentación saludable y, evidentemente, que los consumamos en un determinado momento no nos va a acarrear una consecuencia negativa para nuestra salud de manera inmediata, pero sí su consumo regular a largo plazo», resume.

Para finalizar, veamos algunos consejos prácticos para orientarnos rápidamente en el etiquetado, que nos facilitan los expertos del IMEO. El objetivo del etiquetado de los productos alimenticios es garantizar a los consumidores una información completa sobre el contenido y la composición de dichos productos, a fin de proteger su salud e intereses. «La clave es fijarse no en la imagen atractiva del envasado, sino en el etiquetado obligatorio de los alimentos preenvasados», aconseja la nutricionista Estefanía Ramo, del IMEO, destacando los siguientes puntos que deben aparecer allí:

1. Nombre del alimento.
2. Ingredientes en orden decreciente de peso, aditivos alimentarios, si causa hipersensibilidad (cereales con gluten, crustáceos, huevos, pescados, maní, soja, leche, lácteos, nueces y sulfitos a partir de cierta concentración), así como cantidad del agua añadida.
3. Contenido neto y peso escurrido, indicado en volumen o peso.
4. Nombre y dirección del fabricante, envasador, distribuidor, importador, exportador o vendedor del alimento.
5. País de origen.
6. Identificación del lote grabada o marcada que permita identificar la fábrica productora.
7. Fecha de duración mínima e instrucciones para la conservación. Como excepción, esta información no es requerida para frutas y hortalizas frescas, patatas que no hayan sido peladas, cortadas o tratadas; vinos y todas sus variedades, bebidas alcohólicas que contengan el 10% o más de alcohol por volumen; productos de panadería que normalmente se consumen en menos de 24 horas; condimentos como vinagre, sal, azúcar sólido; productos de confitería consistentes en azúcares aromatizados y/o coloreados; goma de mascar.
8. Instrucciones para el uso: modo de empleo para la correcta utilización del alimento.

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Autor

Juan Luis Recio

Blogger gastronómico y de tendencias, crítico de vinos (XL Semanal), letrista, sociólogo, mensista, poeta

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