Jacobo Armero, agente inmobiliario

Jacobo Armero, amigo y editor de los libros sobre coctelerías de Madrid y Barcelona que escribimos Alberto Gómez Font y yo mismo, ha cambiado de oficio. Bueno, sigue siendo amigo, y espero que editor, pero de su profesión habitual, arquitecto, ha pasado a otra, agente inmobiliario. Y nos lo cuenta de una forma divertida e inteligente, como es él, que aquí reproducimos para general conocimiento y como ejemplo de que «Dios aprieta pero no ahoga» y que siempre hay otro camino, aunque no necesariamente por la derecha, como decía la película. Bueno, aquí va esta historia de vida, esta reacción a la crisis y este ejemplo de que uno puede ser siempre dueño de su destino adaptándose al entorno. Sin más preámbulo, Jacobo toma la palabra:

Viaje hacia una nueva “no arquitectura”, o cómo me hice agente inmobiliario

«Me he convertido en agente inmobiliario (y estoy encantado).

Me explico. La historia fue pura casualidad, como suelen ocurrir todas estas cosas, o al menos muchas de las cosas que acaban siendo importantes en la vida. Poco antes del verano de 2013, un buen día, de esos con poca tarea por delante, como tantos de esos que hemos pasado los que nos hemos quedado fuera de juego durante la maldita crisis, me llega por email una más de esas ofertas de empleo completamente absurdas, de las que no sueles entender ni el nombre del puesto que ofrecen. El que haya estado en esa situación sabe lo que es recibir esos mensajes cifrados, y quedarse perplejo. Bueno, pues vamos a ello. Me armo de valor y respondo, una vez más, sabiendo que nadie va a contestar, que solo se consigue trabajo si tienes un contacto personal, en fin, rebosando optimismo, como os podéis imaginar, después de seis años luchando con el vacío, un día detrás de otro.

Me contestaron. Era para para hacerse agente asociado de una agencia inmobiliaria en Almería, nada más y nada menos. Por supuesto que no tenía ni idea de lo que era eso, de hecho ni siquiera sabía muy bien qué era lo que estaban buscando, ni muchísimo menos lo que estaba buscando yo. Me mandaban un cuestionario bastante extenso, que, dado que no tenía otra cosa mejor que hacer y que era la primera vez que me contestaban, rellené pacientemente. Lo envié. A los pocos días me llamaron por teléfono para una entrevista. Si no me venía bien Almería, pues me redireccionaban a una agencia de Madrid. Me volverían a llamar.

Y me volvieron a llamar. Esta vez era un señor de la agencia inmobiliaria en cuestión, RE/MAX, la del globito, que tenía su sede en Moratalaz. Quedamos en vernos un día. No tenía muchas esperanzas, pero tampoco nada que perder. Cuando llego me encuentro con Iván, el broker de la oficina (otro nombrecito más), que me cuenta un poco de qué va el asunto. Por supuesto, de sueldo nada, todo a comisión. Es más, había que pagar una cuota porque te enseñaban, y porque te integrabas en una empresa líder, y demás. Vamos, que realmente parecía un cuento chino. Pero hubo algo en esa primera conversación que me animó a seguir. Me encontré con una persona que me hablaba claro, a la cual entendía perfectamente, y que además me contó cosas que me interesaron.

Tardé un poco en decidirme a probar. En aquel momento, mediados de 2013, el mercado inmobiliario era zona cero de la crisis, y podía parecer una idea verdaderamente de bombero convertirse en agente inmobiliario, pero el caso es que me decidí. Seguí yendo a Moratalaz muchas tardes, que pasaba aprendiendo el oficio con Iván. En realidad la idea no era tan disparatada, tal y como pude ir comprobando después, pues había tenido ya la intuición de que podía ser bueno estar situado en este sector a medio plazo, encaminarse hacia la comercialización de lo ya existente. No quedaba ya nada por construir, y sí mucho construido a lo cual había que dar sentido.

Me costó mucho esfuerzo, aunque ahora ya no me acuerde. Conseguir clientes no fue nada fácil, pero lo más complicado fue convertirme realmente en agente inmobliario, es decir, no ser ya más arquitecto, ni editor, sino ser otra cosa. No sé si me entienden, es difícil de explicar, pero pasar de ser algo supuestamente guay, renunciando a lo que has estado haciendo durante muchos años, para lo que has estudiado y trabajado tanto, a otra actividad con cero glamour, un comercial, como habitualmente son vistos los agentes inmobiliarios, pues no es nada fácil, se lo aseguro. A mucha gente le he dado pena, y se llevaba las manos a la cabeza, como si fuera algo terrible, pero yo seguí adelante. Y lo conseguí.

Me he convertido en un buen —creo— agente inmobiliario. Estoy ayudando a mucha gente a vender su casa, a comprar una nueva, y lo hago encantado, disfruto con ello. Porque, sin darme cuenta, de forma un poco inconsciente, intuitiva, no premeditada, he encontrado una manera de ganarme la vida que está estrechamente relacionada con mi oficio de arquitecto, pero tal y como lo había entendido yo siempre, es decir en su dimensión de utilidad social. He descubierto que el agente inmobiliario es un mediador social, un agente de cambio social. Pero, además, no en un sentido abstracto como la arquitectura (o la Arquitectura), sino en el sentido más concreto, más personal. Cada uno de las personas que quiere vender su casa tiene su propia historia, que te cuenta sin ningún pudor en su mesa camilla, al caer la tarde. Por ejemplo, Conchita, vendedora del Corte Inglés de Sol, quiere vender su vivienda del barrio de la Concepción en la que vivió con su madre hasta que murió. Belén, que pensaba que iba a pasar con su Antonio toda la vida en su casita de Tetuán, tiene ahora que deshacerse de ella porque él la ha dejado. Juan Antonio y Esperanza quieren cambiarse de casa porque van a tener otro hijo y no caben. Ramón ha heredado la casa de su madrina en el Parque de las Avenidas —no era en realidad su madrina sino la de su hermana, pero él se hizo ahijado adoptivo porque la suya no le hacía ni caso—. Karen ya no vive en su buhardilla de Chueca y no puede enseñarla porque vive en Estados Unidos. Paquita, que ya tiene noventa y dos años, quiere vender su casa en la calle Alfonso XII para darle el dinero a sus sobrinos…

Y según fui conociendo nuevas historias fui comprobando que las casas son lo de menos, que lo importante es la motivación de los clientes para vender o comprar, el deseo de emprender un nuevo proyecto dejando atrás el pasado. Que lo importante es atender el lado humano, resolver una necesidad de cambio a través de una mediación. Y recordé que las casas son los contenedores de la vida de las personas, que almacenan los recuerdos, los momentos de toda una vida, y comprendí que los vendedores en realidad se están deshaciendo fundamentalmente de eso, y que precisamente por eso se hace tan duro a veces. Y que, por el contrario, los compradores buscan una vida nueva, tienen un proyecto de futuro. Y que mi trabajo ahora es buscar un punto de acuerdo entre esas dos partes tan alejadas. He vuelto a tener la sensación de estar haciendo algo útil, de estar aprendiendo continuamente algo que tiene sentido.

De alguna manera, he conseguido yo también dejar atrás el pasado y construir un proyecto de futuro. Lo que ahora se llama reciclarse, vamos. Encontré la forma de ganarme la vida cuando de lo que venía viviendo había dejado de tener sentido. Y, afortunadamente, conseguí reinterpretarlo como una suerte de nueva, al menos para mí, no arquitectura.

P.S.: Si sabes de alquien que pueda necesitar ayuda para vender una propiedad pónle en contacto conmigo, por favor. ¡Gracias!»

Pues gracias a tí, Jacobo, y ¡enhorabuena!

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Autor

Juan Luis Recio

Blogger gastronómico y de tendencias, crítico de vinos (XL Semanal), letrista, sociólogo, mensista, poeta

Juan Luis Recio

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