El Acento

Antonio Florido

Doctor Mario Crocco (II)

Haciendo cuentas
Dirigía la Escuela Normal de Profesores el Dr. Mariano Celaya, antiguo alumno de Jakob que fomentaba las inquietudes del alumno Crocco y le canjeaba especímenes, que éste recolectaba, por otros del museo de la Escuela. A Crocco le importaba calcular y, cuando leyó en un Más Allá que el Arca de la Alianza podía funcionar como un capacitor eléctrico capaz de fulminar a quien la tocase sin revestirse de una jaula de Faraday puesta a tierra, y comprendió que la sobreveste sacerdotal, de seda entretejida con hilos de oro, obraba precisamente como tal, pasó meses calculando los valores de capacitancia y descarga del Arca perdida: apreciaba que, aunque toda medición física es aproximada y su exactitud al principio demasiado poca, siempre reduce la incertidumbre y eso es ya información valiosa. Como Celaya hubiera lamentado que se desconociese la extensión de los vasos capilares que distribuyen la sangre dentro del cerebro humano, unos meses después Crocco le presentó extensos cálculos con resultados harto razonables: trabajando a tiempo completo, había medido la diferencia entre el «empuje» de la sangre que entra al cráneo por las carótidas y el de la que sale por las yugulares, y había dividido esa diferencia por el coeficiente de viscosidad medido a la temperatura del cuerpo, obteniendo, en decámetros cuadrados, la superficie de las ramificaciones vasculares dentro del cráneo. Un dato cuando explica se trasciende a sí mismo… ¡Para eso hay que forjarse modelos! Sólo así puede reconocerse, en esa tosca diferencia de empuje, un hecho empírico relevante para medir la superficie del lecho vascular adentro de la cabeza. Celaya profirió la única interjección de la lengua vascuence (sabía que Crocco champurreaba el idioma, por sus padrinos de Álava) y lo estimuló a tratar de visualizar otro espacio intersticial: el que dentro del tejido del cerebro separa entre sí las neuronas y otras células. Son en total un millón de millones, esas células; pero por entonces, hacia 1960, todavía se las creía cinco o seis veces menos, unas 150 mil millones nada más.

Encuentro con viejas amigas en donde «no debían» encontrarse
Peregrinando por museos y las aún numerosas bibliotecas públicas, Crocco empezó a estudiar la literatura. Encontró una curiosa mención: que en las neuronas crecían cilias, «sus» cilias. ¿Por qué, para qué? Las había descubierto en 1918 en Madrid un investigador español, Pío del Río Hortega, fallecido hacía quince años en Buenos Aires tras venir a trabajar en el laboratorio del Hospital Borda que dirigiera Jakob. Allí fue Crocco. Pasmado ante el templo de la ciencia donde había nacido aquel Tratado que deslumbró su infancia (un laboratorio declarado, mucho después, monumento histórico nacional), sin embargo no halló a nadie que le pudiera mostrar esas inútiles cilias neuronales, o les hubiera prestado siquiera atención: eran una curiosidad. Pero había que verlas. Para cerciorarse de su existencia tomó noticias del procedimiento de del Río Hortega, y dedicó sus siguientes diez años de investigación a ellas y todas las demás cilias, doquier en la biósfera pudieran hallarse. La medición del volumen y superficies del compartimiento intersticial cerebral pasaría a ser mero dato dentro de otro concepto cróqueo, el del esqueleto eléctrico del tejido neurocognitivo (tiene potenciales que hasta duplican o triplican los de un rayo atmosférico), pero quedó relegada: por fortuna para su investigación, Crocco no rendía cuentas a nadie que la administrara.

En esos primeros años sesenta del siglo XX, la evolución del sistema nervioso venía presumiéndose sólo a partir de ciertos animales, los celenterados, tal como la había presentado por primera vez el transformismo del siglo XIX. Una razón cultural lo quería así: era la Gran Escala de Seres o gradación natural, el milenario concepto de que todas las realidades se ordenan gradualmente en «perfección» y, entre ellas, los organismos vivos culminan en la estirpe del autor que discursea. En esa «escala biológica», «antes» de los celenterados había otros animales, o más bien otros fitozoos, las esponjas, que arborizaban en políperos y, lógicamente, «aún» no tenían sistema nervioso. La evolución del aparato neural habría empezado recién en el «escalón siguiente». Por eso los infusorios (protozoos), considerados aún más «primitivos» o rudimentarios que las esponjas mismas, aun con más razón que éstas quedaban fuera de la evolución del sistema nervioso. Crocco descubrió que el sistema nervioso preserva la función y medios físicos del mecanismo de control de las cilias, y que su evolución se bifurcó en dos grandes ramas: los ganglios nerviosos, que funcionan sin psiquismo, logrando desempeños extraordinarios pero que nunca pueden innovar o, en sus palabras, «transformar accidentes en oportunidades»; y los cerebros, que utilizan como instrumento la «eclosión» de un psiquismo y emplazan este recurso físico en su nivel más superior de control, logrando superar los límites de Turing para las máquinas. Pero, ¿cómo demostrar la existencia física de ese psiquismo, si lo negaba la ciencia extranjera, comprometida con la política de negar realidad a cualquier concepto que, a primera vista, amenazara con desenterrar la noción dogmática de «alma»?

El alma en la física

Aun sin conciencia política, las más amplias descripciones de tal ciencia pugnaban por ser exhaustivas y se atacaban entre sí recriminándose ser «incompletas». Por ejemplo, el programa de su descripción más abarcativa, la física de la relatividad general, consiste en determinar, a partir de principios primeros y de la negación de que exista un medio etéreo, la relación explícita entre el contenido material de un sistema físico y el equivalente geométrico de este sistema, en todo el dominio entre las partículas elementales y el universo de la cosmología. La geometría de cierto espacio (el denominado espacio-tiempo), con la familia de combas geodésicas que contiene, se estima expresar las características físicas de todos los constituyentes del universo, y es innegable el éxito de ese modelo en caracterizar integralmente los rasgos observados de la fuerza gravitatoria. Con ese encuadre, puestas por un lado las variables observadas en el mundo físico bajo la forma de diez ecuaciones diferenciales no lineales de segundo orden, del otro lado las soluciones de aquellas ecuaciones, dejan determinadas las variables geométricas. El pasar a ser, o sea, la adquisición y la conservación de entidad por una partícula, o bien por los sistemas en cuya composición entrasen esa partícula y otras, o por campos de fuerza o de materia en los que aquella partícula y las otras eclosionen o prorrumpan a existir, se entendía sin análisis como si consistiera en una simple predicación, gramatical o lógica (olvidando que el concepto de una cosa cualquiera no varía al pensarla existente o al pensarla inexistente, ya que el ser no es representable en el concepto, y por eso no puede reducirse a predicado); de ese modo, el ventajoso concepto de componentes de una conexión topológica afín podía creerse equivalente a una fuerza o acción causal, sin residuo alguno. Un encuadre así salvaguarda la prohibición hasta de figurarse, como tales sistemas físicos, cabezas humanas vivas, unidas al cuerpo: sólo muertas podrían considerarse realidades del sistema, inanes, sin psiquismo detectable, por ejemplo amontonadas en el canasto de la guillotina, o al cuello de cadáveres incapaces de originar acciones o de reaccionar con sensaciones a los estímulos. Como bien se ve, hay realidades observables que no tienen lugar en aquel encuadre. ¿Cómo introducir en una física tal la consideración de los psiquismos, para describir la causación eficiente de cambios espontáneos y reactivos en las miras, iniciativas y valoraciones de las almas?

El inesperado resultado de la investigación comparativa de las cilias llevada a cabo por Crocco, a saber, que el sistema nervioso preserva la función y medios físicos del mecanismo de control de las cilias, y que su evolución se bifurcó originando por una parte ganglios nerviosos que pueden complejizarse muchísimo sin transformar nunca accidentes en oportunidades, y por otra parte cerebros que instrumentan biofilácticamente (esto es, para la protección de su vida) la eclosión de un psiquismo, cuadraba bien en la tradición de Jakob. La misma se encuadra en un positivismo que reconoce la causalidad eficiente, y en ello contraría al neo-«positivismo» de fuente humeanokantiana. Mientras este, desconociendo la conexión causal debido a creerla mera predicación lógica (olvidando que, como recién comentábamos, el pase a la existencia del efecto no agrega nada a su concepto, por lo cual ser no se incluye en nuestras representaciones salvo cuando el mismo cognoscente, en tanto semoviente, lo enactúa), pretende que la única realidad «real» consiste en nuestras reacciones al mundo (en realidad ese «positivismo» es sólo subjetivismo disfrazado, que para cierta utilidad política permite hacer ciencia siempre que se pretenda que la vida es sueño), en cambio, en la tradición iberoamericana, el positivismo retuvo su significado prístino de considerar los hechos existentes aun mientras todavía resultan inobservables directamente y sólo se los conoce por sus efectos, como por ejemplo los psiquismos ajenos.

Esta tradición positivista, la Escuela Neurobiológica Argentino-Germana, intentando explicar ciertos temas fundamentales irreductibles, venía tascando el freno, aunque ni se le ocurría abandonar los cuestionamientos. Estos eran tres: la originación de los actos intencionados («las bases biológicas de la función volitiva»); la existencia física de entonaciones subjetivas de importancia biológica (Crocco las denominaría “caracterizaciones no estructurales») unitestigo (o sea, que admiten un solo testigo, la misma entidad observadora de la cual son reacciones internas, mientras los demás observadores, a su respecto, deben conformarse con conocerlas por sus efectos en contexto); y el recobro de las amnesias, frecuente pero imposible si las memorias hubieran estado grabadas en un disco – o en el cerebro.

Leer más: http://www.monografias.com/trabajos-pdf5/algunos-aportes-mario-crocco-neurobiologia-y-psicofisica/algunos-aportes-mario-crocco-neurobiologia-y-psicofisica.shtml#ixzz4XoIoT8E1

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Autor

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

Antonio Florido

Antonio Florido nació en Carmona (España), en 1965. Estudió Mecánica, Ingeniería Industrial y Ciencias Políticas. Aunque comenzó su oficio de escritor con la poesía, reconoce que se sintió tan abrumado por la densa humanidad de este género que tuvo que abandonarlo

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