Hablo de un libro de relatos. Un conjunto de siete historias. De Haruki Murakami. Sobre la soledad que precede o sigue a la relación amorosa. Cada narración es una mansa cortadura del alma para dejar al aire el sinsentido y el desvelo que nos produce esa soledad. Hasta que la mar se va calmando y comprendes que la vida es eso. O que la vida sólo puede ser eso. O que simplemente lo ves y lo vives así. Los cinco primeros son menores. Largas disertaciones inventadas, con pocos altibajos. Una planicie sin fin leyendo mientras esperas lo que posiblemente sucederá. Un poco o un mucho tediosas. Sin embargo, el penúltimo escrito se eleva sobre el cielo hasta tocar lo sublime. Una historia basada en la famosa novela “La metamorfosis”. En esta re-creación, Gregor Samsa despierta acostado y comienza a observar y a reconocer el lugar de su encierro. Con la digamos original pizca de que Samsa ya no es un insecto, sino un simple ser humano. Pero él no recuerda o nunca ha conocido, tal vez, qué es eso llamado un ser humano y, claro, se sorprende de todo cuanto va descubriendo a lo largo del escrito. Bien, bien. No digo más. Léanlo. El último de los textos (el que da precisamente nombre al libro) es magnífico también. Pero esta vez no por lo original sino por la belleza de las palabras y de los sentimientos que comunica. Cómo la mujer que conocemos se va perdiendo en la densa niebla de nuestras vidas, sin remedio, indefectiblemente. Y, al final, lo de siempre en este tipo de escritores que habla con el aliento partido en dos, dejando ver a las claras que todos estamos cortados por las mismas tijeras y usando el mismo modelo.
Hurakami aparece enfundado en un saco gris, grueso, de invierno. El pelo cortado lo justo para enseñar una frente despejada y una mirada penetrante, hacia lo alto, como buscando respuestas a muchas preguntas. De Kioto, 1949. Aunque lo peor es saber que dio ya el paso de escritor de prestigio a autor con grandes ventas en el mundo.
Nadie es perfecto.
Vale.